El 21 se cumplieron 59 años de la muerte de Andrés Eloy Blanco. Como bien dice Consalvi, la vida de este insigne poeta cumanés parece mucho más larga de lo que fue (apenas vivió 58 años), por la fecunda manera en la que brilló. Fue un relámpago de luz en la penumbra institucional de nuestra tierra. Andrés Eloy Blanco entendió como pocos el alma venezolana. Retrata en sus poemas esa bondad profunda que hay en nosotros a pesar de nuestras inconsistencias. Fue político en el tiempo en que Venezuela estrenaba instituciones que le habían sido históricamente ajenas, como la posibilidad del voto universal directo y secreto. “Cuando muera que me entierren en la urna electoral”, dijo en un mitin del Nuevo Circo subrayando su pasión por los comicios limpios y transparentes.
Le tocó presidir una asamblea constituyente difícil y polémica que tuvo la tarea de acelerar la transición a la democracia que se venía dando, quizá, con mucha lentitud para esta alma nuestra venezolana que cuando pide a la providencia por sosiego, ora diciendo: “Dios mío, dame paciencia, ¡pero dámela ya!”.
Poeta, ensayista, político, orador insigne y humorista. Fue Andrés Eloy Blanco muchas cosas y destacó en todas. Pero, por los tiempos que corren en nuestra patria, yo quiero reivindicar su condición de preso político. Víctima de tres dictaduras, la persecución más cruel le tocó con la Gómez, primero en La Rotunda y luego en el Castillo de Puerto Cabello. Estuvo preso -como están tantos hoy- por soñar una Venezuela distinta, por tener ideas diferentes al caporal de turno.
Lo curioso y extraño -como diría Ionesco- es que la prisión de Andrés Eloy Blanco ha trascendido su propia vida. En su ciudad natal estuvo su busto detenido hasta el miércoles pasado en la gobernación, adonde fue conducido por la policía luego de ser derribado por vándalos a los que solo cabe decir lo que señaló Renán en la inauguración de la estatua de Spinoza en Ámsterdam: “¡Malhaya quien al pasar insulte a esta cabeza amable y pensativa! ¡Que sea castigado como son castigadas todas las almas vulgares, con su misma vulgaridad, por su incapacidad de concebir lo que es divino!”.
A las dictaduras les encanta encerrar a los poetas y a los estudiantes, porque no hay nada más peligrosamente contagioso que la sensación de libertad que ellos transmiten: los primeros con las palabras, los segundos con sus sueños. Las pesadillas en la historia nuestra parecen asaltarnos de manera recurrente. Cuando murió Gómez, el alma venezolana sintió que la tiranía quedaba sepultada con él. Nada más lejano a la realidad; pero, con esa esperanza, en el Castillo de Puerto Cabello se llevó a cabo un acto de profundo simbolismo: se lanzaron al mar los grillos con los que tantos compatriotas fueron torturados. El discurso de orden lo dio Andrés Eloy Blanco y lo finalizó así:
“Hemos echado al mar los grillos de los pies. Ahora vayamos a la escuela a quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza, porque la ignorancia es el camino de la tiranía. Hemos echado al mar los grillos en nombre de la patria. Y enterraremos los de La Rotunda. Será un gozo de anclaje en el puerto de la esperanza. O de romper el ancla para la navegación del pueblo… Hemos echado al mar los grillos. Y maldito sea el hombre que intente fabricarlos de nuevo y poner una argolla de hierro en la carne de un hijo de Venezuela”.
Por: Laureano Márquez / noticiasaldiayalahora.co