Un viejo Caprice pasa raudo por la carretera con un potente vallenato y esquiva a un chivo que se atraviesa en su paso, donde grupos de niños pasan sus horas vendiendo gasolina en potes de agua mineral. El momento parece repetirse a lo largo de la carretera que atraviesa a la Goajira colombo-venezolana, donde sus habitantes temen lo peor si se concreta un cierre de la frontera en la zona.
Los Wayuú, indígenas que durante siglos habitan el área con su propia ley, dudan que las amenazas del gobierno venezolano de cerrar la línea fronteriza puedan surtir efecto en esta convulsa zona, por donde pasan toneladas de alimentos y gasolina en contrabando hacia Colombia ante la mirada de los militares.
«¿Tú crees que “la comunidad” va a aguantar eso? Aquí se maneja demasiada plata”, explica Otto, un Wayuú que transita a diario ambos lados de la goajira con un Fairlane destartalado desde hace décadas.
Y es que “la comunidad”, como se denomina a los indígenas, hacen parte del millonario negocio que significa trasladar mercancía de Venezuela a Colombia, incluyendo el contrabando de combustible por las trochas y las carreteras que atraviesan la vasta frontera.
Son ellos los que tienen el poder fáctico junto a los militares y la guerrilla colombiana que, si bien, no se ven, están presentes en cada lugar de la Goajira, aseguraron a El Estímulo varios habitantes del lugar.
Estos tres grupos saben y conocen quiénes están detrás de la fila de inmensos camiones que esperan a cierta hora del día para pasar tranquilamente por los puntos fronterizos desplegados por la Guardia Nacional en las localidades de Sinamaica, Los Filuos, Paraguaipoa, Guarero, Caimare Chico y Paraguachón.
En medio de estos pueblos, se observan las trochas (caminos verdes) por donde a diario cruzan con motos, carros, camiones y lanchas enormes contenedores de gasolina venezolana que son vendidos hasta mil veces más cara del lado colombiano.
Igual pasa con el arroz, el café, el azúcar, la harina de maíz, cerveza y centenares de otros productos escasos en otras partes de Venezuela, que son llevados a Colombia con una ganancia escandalosa para quienes no conocen la realidad fronteriza.
– Negocio del va y viene –
Aquí se consigue de todo, pero mucho con un precio más alto que en Caracas o en otros lugares. Una bolsa de hielo vale Bs. 500, un kilo de arroz Bs. 450, un pote de leche Mercal Bs. 400 y una gavera de cerveza Bs. 2.000. Los precios en la frontera no conocen de regulación.
La gasolina se vende por los pimpineros entre Bs. 200 y Bs. 900, según el tamaño del pote que usualmente son los del agua mineral. Pero los viajes a Colombia con gasolina son muchos más lucrativos.
Carlos tiene un Caprice blanco que utiliza para cruzar la frontera hasta tres veces al día, que le deja una ganancia neta entre Bs. 18.000 y Bs. 20.000 diarios. Transporta en cada viaje más de 60 litros. Dice que los carros viejos son los más buscados en la zona porque son los que disponen de mayor capacidad en sus tanques.
Y es que una larga fila de “catanares”, autos de finales de los años ’70 junto a camionetas Bronco y camiones, colman las pocas estaciones de servicio que hay en la Goajira. Su misión es conocida: abastecerse, llevar el producto hasta Maicao en Colombia y retornar rápido a Venezuela, donde comienzan el ciclo de nuevo.
“Aquí hay muchos que viven de eso. Desde niños en bicicleta hasta camiones de volteo llegan”, explica Jeander, quien opera una de las bombas.
En la Goajira parece que todos viven a costa del contrabando. En Paraguiapoa, quemaron hace un mes la sede de la alcaldía del municipio junto a imágenes del expresidente Hugo Chávez tras el decomiso de un camión con arroz y pollo que iba a ser llevado a Colombia.
Muchos de los manifestantes acusaron al alcalde de esa jurisdicción, el oficialista Hebert Chacón, de ser uno de los mayores contrabandistas de la zona, y de no atender las necesidades de la población. El gobierno negó esas aseveraciones, reparó la sede municipal y acusó a los contrabandistas de participar en los hechos.
Pero muchos indígenas dudan de la versión. Dos meses antes, manifestantes destrozaron todos los puntos de control que había activado el ejército en la carretera. Aseguran que la población se enardeció ante los estrictos controles a la mercancía y al alto cobro de “vacuna” (extorsión).
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