El Comité Internacional de la Cruz Roja entregó el jueves 10 de marzo a Panamá un centenar de nichos para sepultar a migrantes irregulares que mueren en su travesía por la inhóspita selva del Darién.
En medio de viejas tumbas y cruces devastadas por el tiempo, los nichos fueron construidos en el cementerio municipal de la aldea El Real de Santa María, unos 300 kilómetros al sureste de Ciudad de Panamá.
El nuevo panteón tiene 50 sepulcros a cada lado y cerca de él gallinas picotean el suelo, mientras una lagartija toma el sol sobre las lápidas de piedra y una culebra yace muerta sobre la hierba.
Los nichos de cemento fueron entregados por el CICR a las autoridades panameñas, desbordadas por la gran cantidad de migrantes que ingresan por esta frontera selvática desde Colombia en busca del sueño americano.
«Estamos entregando un módulo de 100 nichos para la inhumación individual de restos humanos de migrantes que pueden haber fallecido a lo largo de la ruta del Darién», dice a la AFP Marisela Silva Chau, jefe de la Delegación Regional del CICR.
El objetivo es sepultar en un mismo recinto los cuerpos o restos de migrantes que no son reclamados por sus familias, y que desbordan las morgues de la zona.
Los cadáveres serán inhumados individualmente en bolsas de plástico, después de tomarles datos para su identificación. Si son reclamados, tras los cotejos pertinentes, serán entregados a sus familias.
«El objetivo es cumplir con los estándares internacionales y dar un trato digno y con respeto a los fallecidos», señala a la AFP el director del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, dependiente de la Fiscalía panameña, José Vicente Pachar.
Incierta cifra de muertos
La peligrosa selva del Darién se ha convertido en corredor para la migración irregular desde Sudamérica a Estados Unidos a través de América Central.
Esta frontera natural de 266 km de largo y 575.000 hectáreas de superficie está plagada de peligros como animales salvajes, ríos caudalosos y grupos criminales.
Pese a los riesgos, en lo que va de año más de 58.000 personas han hecho esta travesía, según datos del gobierno panameño. En 2022, hubo un récord de 248.000 migrantes.
En su mayoría son haitianos, venezolanos y ecuatorianos, aunque también hay asiáticos, principalmente de China e India, y africanos, sobre todo de Camerún y Somalia.
Algunos mueren en la selva, aunque es incierto el número pues las autoridades desconocen la cifra real por lo inaccesible del terreno, la falta de denuncias y el abandono de los cuerpos, que en ocasiones terminan siendo pasto de los animales.
«El año pasado nosotros registramos 52 cuerpos», pero la cantidad «debe ser mucho mayor», indica Pachar.
«Hay incertidumbre sobre la cifra exacta de personas migrantes que fallecen a lo largo de la ruta, porque todo depende de la información que puede proceder de los migrantes que logran sobrevivir», expresa Chau.
«Hay que admirarlos»
Los habitantes de El Real de Santa María se ganan la vida principalmente de la agricultura de subsistencia. El poblado combina casas de una planta, de madera o concreto, algunas de llamativos colores. Las calles son de piedra y tierra, aunque hay algunas pavimentadas.
El líder comunitario Pedro Pablo Mendivil cuenta que los vecinos aprobaron la propuesta de la Cruz Roja de instalar los nichos en el cementerio del pueblo. Sin embargo, al principio varios vecinos se oponían por temor a que se llenara de extranjeros.
«Se cuentan tantas barbaries que suceden en el camino que a estas personas, a estos migrantes hay que admirarlos, y de la única forma en que nosotros podemos apoyarlos» es que los que mueran «puedan descansar en paz», dice Mendivil a la AFP.
«Qué difícil para las personas que no llegan a cumplir su sueño después de tanto trabajo, después de haber sacrificado a su familia para una mejor vida», añade el jubilado de 67 años.
La casa de todo el mundo»
Al Real de Santa María se llega navegando por el caudaloso Río Tuira desde Yaviza, la localidad donde se interrumpe la ruta Panamericana.
Esta vía que conecta Alaska, Canadá, Estados Unidos, México y América Central queda interrumpida en Panamá por el llamado Tapón del Darién. Prosigue después desde Colombia hasta el extremo sur del continente.
Los migrantes deben ser enterrados «como personas dignas que merecen una buena sepultura», destaca el párroco Claudio Guerrero.
«Varios se han quejado [por los nichos para extranjeros], pero se van a quejar por el gusto, es un cementerio y toda la gente que se muere está ahí. Esa es la casa de todo el mundo», dice por su lado Alfonso Medina, un vecino de 67 años.
AFP
Lea también: