Al presidente de la ONU, Ban Ki-Moon, debe haberle extrañado muchísimo que, Nicolás Maduro, el jefe de Estado venezolano que acababa de pedirle que designara el “Buen Oficiante” del organismo en la disputa entre Venezuela y Guyana, saliera inmediatamente después a decir que se negaba a aceptar la presencia de observadores internacionales en las elecciones parlamentarias que se celebrarán el 6-D.
En otras palabras que, la ONU es “objetiva, imparcial y confiable” como intermediadora en un “conflicto” donde un segundo reclama 159.000 kms del territorio venezolano, pero subjetiva, parcializada y no confiable si debe decidir en un “conflicto” entre el gobierno de Maduro y los electores venezolanos.
¿Paradoja, contradicción, doble moral? Si, todo eso y mucho más, como es la aplicación instrumental de los principios que practica el totalitarismo comunista, que los defiende cuando le interesa, y, cuando no, los olvida.
En este caso, “los principios” que esgrime Maduro -para no permitir que la ONU envíe observadores a las elecciones venezolanas-, es la defensa de la “soberanía nacional” y la “no injerencia en los asuntos internos de otros países”, pero para desecharlos inmediatamente después cuando acepta que “el Buen Oficiante” si intervenga en “la soberanía” y los “asuntos internos” de Guyana y Venezuela.
Pero ¿por qué este cambio tan fulminante y raigal en dos asuntos aparentemente dispares, pero muy relacionados en cuando a simultaneidad y vigencia?
Bueno, porque en la disputa entre Venezuela y Guyana no está incurso el poder político total y vitalicio, ya sea que se gane o pierda el diferendo.
En cambio que, si el señor Maduro perdiera las elecciones de diciembre, y por el caudal de votos que lo amenaza, bueno pues tendría que dejarle a otro la solución del diferendo.
Por eso a pensar en no jugar limpio, tal como él acusa de hacerlo al presidente de Guyana, David Granger.
Por eso digo que en la ONU, Maduro no se metió un “autogol”, sino un “autofraude”.
Por Manuel Malaver / Vía La Patilla.