El ex presidente de Uruguay apoyó las iniciativas de los ex mandatarios Felipe González (España), Andrés Pastrana (Colombia) y Jorge Quiroga (Bolivia) en su intención de defender a los presos políticos en Venezuela. Teme que la gente se acostumbre al recorte de libertades.
Tajante, preciso. El ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, no titubea al hablar de democracia. Estampó su firma, en abril, en la llamada Declaración de Panamá, junto con otros 30 ex gobernantes de América Latina y con ello dejó claro su compromiso con las libertades en Venezuela y la región.
Al mismo tiempo, apoya la iniciativa del ex presidente español, Felipe González, en la defensa de los opositores presos en Venezuela, y aunque no plantea venir a Caracas próximamente, aseguró que está “a la disposición de González”.
En reiteradas ocasiones ha deplorado la postura de algunos organismos internacionales y ha dicho que en la región hay “silencio y complicidad” sobre la situación de Venezuela al punto de que “en nombre del principio de no intervención se termina avalando las dictaduras”.
¿Cómo percibe usted la situación actual en Venezuela?
Se la ve como una situación política deteriorada, en la que se van profundizando las faltas de libertades y la pérdida de garantías. En lo económico, hay un enorme retroceso, penuria de abastecimientos y desesperación social bastante expresiva. Venezuela es realmente mirada hoy en toda América como un estado en riesgo democrático. Cuando en un país no hay libertad de prensa ni separación de poderes y están presos los líderes opositores, nadie de buena fe puede hablar de democracia.
¿Cuáles son los principales riesgos de la situación en Venezuela para la región?
Lo peor es el acostumbramiento a la mascarada populista, que detrás de una fachada de elecciones, esconden un autoritarismo que comienza justamente en la desigualdad de oportunidades electorales, atropella los derechos humanos y va acostumbrando a la gente al recorte de sus libertades.
¿Cuál debería ser el papel del resto de los gobiernos y organismos como la OEA y la Unasur con respecto al tema venezolano, y qué están haciendo realmente?
Hay un formidable error de concepto: en nombre del principio de no intervención se termina avalando las dictaduras. Esos organismos no pueden organizar expediciones militares, pero entre ese extremo y el de callar, hay toda una gama de actitudes que comienzan en pedir explicaciones y aclaraciones. ¿No tenemos nada que decir cuando se clausura la televisión o se ahoga a los diarios?
¿Espera que haya declaraciones sobre Venezuela en la Cumbre de la Celac del 10 y 11 de junio?
No creo que haya una solución como grupo, porque hay un bloque de estados que son solidarios con el gobierno venezolano; pero posiblemente algunos representantes de países harán algún pronunciamiento, porque un país con opositores presos es algo inconcebible.
¿Por qué están alzando su voz los expresidentes y no los presidentes?
Naturalmente, los gobiernos, que tienen que administrar relaciones diplomáticas con otros Estados, tienen sus límites. Pero eso no los condena al silencio ante la violación de los derechos humanos. Debieran tener otra actitud, mucho más clara y activa.
¿De qué manera está apoyando usted en la búsqueda de una solución a la crisis del país y en su intención de ayudar en la liberación de los presos políticos?
Aparte de opinar, discutir y hablar, hemos estado acompañando el esfuerzo del presidente Felipe González de ayudar a la defensa de los líderes políticos presos. Incluso estuvimos dispuestos a acompañarle en su ida a Caracas.
¿Cree que el esfuerzo de los expresidentes Pastrana y Quiroga dará algún resultado?
Siempre presionar es justo, adecuado y saludable. Uno ve un gobierno imperturbable, pero siempre es buena la piedra en el zapato.
El canciller Rodolfo Nin Novoa comparó, en abril, a Venezuela con la dictadura uruguaya de 1973, ¿qué opina de esto?
El canciller estuvo bien. Es bueno saber que tuvo críticas dentro de su mismo partido, en el que ha predominado una actitud favorable al chavismo, especialmente del expresidente (José) Mujica.
El primer presidente
El uruguayo Julio María Sanguinetti, de 79 años de edad, es abogado, historiador, periodista y político. El dos veces gobernante de Uruguay (1985-1990 y 1995-2000) ganó reconocimiento pronto por ser un ávido luchador contra el autoritarismo. Luego de 13 años de dictadura cívico-militar en su país, se convirtió en el primer presidente constitucional, elegido democráticamente en 1984.
Pasó por altos cargos en la política uruguaya. Fue ministro y senador. Destacó por sus ideas abiertas, y por llevar adelante iniciativas polémicas como la defensa de los derechos de los homosexuales y la legalización del aborto.
Con frases como: “En todos lados se vota, pero eso no quiere decir que hay una democracia perfecta”, ha dejado clara su lucha por las libertades y los derechos humanos, y su fuerte rechazo a los gobiernos populistas y la represión.
Con información de El Nacional.