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¡EJEMPLAR! La historia de José López: el venezolano que viajó en silla de ruedas hasta Bogotá en busca de medicinas

En los neumáticos de su silla de ruedas ya asoman alambres. Pero José Agustín López guarda la esperanza de que soporten los 500 kilómetros que le faltan para llegar a Bogotá a recibir la asistencia médica que no tuvo en Venezuela.

Créditos: AFP

Su hijo Jefferson Alexis lo empuja cuando trepan las montañas de Colombia y lo sostiene cuando se avizora la cuesta abajo. El frío y el calor extremos, que cambian al vaivén de la geografía, son compañeros inseparables.

Me vi en la obligación de tomar el rumbo de Colombia para conseguir todos los medicamentos que necesito y algo de sustento para llevar a la casa”, dice a la José Agustín, de 52 años.

Hace 13 años perdió la sensibilidad en ambas piernas en un accidente vial. Su trabajo como mensajero quedó en el pasado y la vida en San Cristóbal, en el oeste de Venezuela, empezó a empeorar a medida de que el país petrolero caía en una profunda crisis económica.

Mantuvo a su madre, su esposa y sus tres hijos con rifas que vendía a vecinos y desconocidos. Los demás miembros de la familia también aportaban lo que podían. Pero “ahorita allá no se puede rifar, no hay ayuda de nada, ‘naide’ ayuda a ‘naides’”, advierte.

Para rematar, estar tanto tiempo postrado en la silla de ruedas le provocó una escara que le afectó el ano y el recto. Los médicos le hicieron una colostomía para que no “se contaminara” con sus propios excrementos, pero en su tierra no hallaba ni los antibióticos ni el material para cubrir la herida abierta.

“Si me hubiera quedado allá yo creo que me ‘fuera’ muerto, me hubiera contaminado”, cuenta bordeando el llanto. Ahora tiene que cubrirse la lesión con bolsas plásticas de supermercado y cintas industriales. Y en plena carretera.

Entonces, como miles de venezolanos, padre e hijo decidieron cruzar la frontera a Colombia. Salieron el miércoles pasado de la capital del estado Táchira sin dinero para pagar autobuses con Bogotá como destino.

“Me han dicho que allá me pueden ayudar bastante con la sillita de ruedas, que es lo que más estoy necesitando”, explica a la merced del sol punzante que les avisa la cercanía con la ciudad de Pamplona, a 75 kilómetros de Cúcuta.

En 3 días han recorrido un trayecto que a los otros migrantes les tarda un puñado de horas a pie o en autostop, si tienen suerte.

Miles de sus compatriotas han transitado por estos mismos caminos de pavimento. Según la ONU, 2,3 millones de personas salieron desde 2014 de Venezuela, la mayoría a países de la región.

Juntos han pasado varias noches en las oscuras vías colombianas, temerosos de un asalto o la mordedura de alguna culebra, que merodean en los matorrales. Las cobijas y los colchones se han mojado con las lluvias nocturnas.

“Ha sido una demostración de amor”, dice José Agustín sobre su hijo, quien dejó los estudios de ingeniería mecánica para acompañar a su padre en esta odisea.

Los lugareños les regalan comida, incluso mantas. Ellos se alimentan al lado de la vía, pese al riesgo de ser atropellados por camiones, motocicletas o automóviles.

“Me encuentro totalmente agotado, la sillita echándose a perder también. Cuando no es una cosa es la otra, (pero) pa’ lante”, señala José Agustín, quien sin importar el clima mantiene un gorro negro de lana en su cabeza.

En cada paso Jefferson Alexis encuentra más pesada de empujar la silla. Los cauchos se han explotado y a duras penas rueda. Arribar a Bogotá ya es una utopía.

“Si llego a Pamplona es un milagro de Dios”, reconoce un angustiado José Agustín.

El “milagro” se cumplió. Dos días después de ser entrevistado en la vía a Pamplona, José Agustín se comunicó con la AFP: una ambulancia los rescató.

Información de AFP

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