La madrugada del miércoles 7 de julio un grupo de hombres llegó a la residencia del presidente de Haití, Jovenel Moïse, vestidos como agentes de la Administración de Control de Drogas (DEA), con el objetivo de asesinar al mandatario de ese país.
Moïse, se encontraba en la cama de su habitación con su esposa, Martine, cuando escucharon fuertes disparos.
“Cariño, estamos muertos”, le dijo el mandatario a su esposa poco antes de ser asesinado.
Esas palabras fueron parte del relato que la viuda de Moïse contó al Buró Federal de Investigaciones (FBI), la principal agencia de investigación criminal del Departamento de Justicia de Estados Unidos, reseñó el medio de comunicación colombiano Semana.
A la una de la madrugada del 7 de julio un grupo de mercenarios entró en la casa presidencial. La primera dama corrió para buscar a sus dos hijos, llevarlos hasta el baño y ordenarles que se metieran en el interior de la ducha, pues sospechaba que algo estaba mal.
Martine volvió al cuarto donde la esperaba su esposo, de acuerdo a lo que les dijo a los agentes del FBI. En medio de los disparos, se ocultaron debajo de la cama, apoyando sus rostros contra el suelo. No deseaban ser encontrados por esos hombres, sin embargo, la estatura les jugó en contra, ya que sus pies quedaron descubiertos.
Aseguró que durante el desarrollo de los hechos escuchó a los mercenarios hablando siempre en español. También señaló que mientras los estaban atacando, los hombres se comunicaban por teléfono con alguien que iba dando las órdenes.
Momentos de terror
Contó que ella fue la primera en ser alcanzada por las balas, trataron de sacarla de su escondite, pero la mitad de su cuerpo continuaba debajo de la cama. Precisó que logró decirle a su esposo que estaba viva.
Añadió que los homicidas buscaron al otro lado de la cama al gobernante, lo sacaron, voltearon y comenzaron a describir su contextura y color: “alto, delgado, de piel morena”.
Al comprobar que se trataba del presidente de Haití, ella pudo escuchar que al otro lado del teléfono otro hombre dio la orden de ejecutarlo.
La primera dama les aseveró a los investigadores norteamericanos que “vio morir al presidente al lado de ella”, luego de que le efectuaran múltiples disparos con armas automáticas.
Los mercenarios regresaron al lado de la cama en el que se encontraba escondida la mujer y la sacaron a la fuerza. Uno de ellos se paró sobre sus piernas y con una linterna le alumbró los ojos, pues quería corroborar que se encontraba muerta. No se movió ni parpadeó, porque sabía que de eso dependía su supervivencia.
“Sí, esto es, esto es”, dijeron los mercenarios tras revisar los cajones de la mesa de noche y el escritorio de la habitación.
Afirmó que no tiene duda de que se llevaron documentos importantes del lugar. Entre cinco y diez minutos tras acabarse la ráfaga de disparos, los mercenarios siguieron en la casa presidencial abriendo y revisando puertas y cajones de otros cuartos.
Aunque estaba herida y su esposo yacía muerto a pocos metros de ella, en cuanto se dio cuenta de que las voces de los mercenarios ya se escuchaban en el jardín, como pudo, alcanzó el teléfono, se comunicó con el servicio secreto y bajó a buscar al jardinero y a la empleada, quienes estaban amarrados. Tiempo más tarde, fue rescatada y sacada del lugar de los hechos.
La mujer, que se encuentra recuperándose del intento de homicidio en un hospital de Miami, le reveló a los agentes del FBI que su esposo sabía que querían asesinarlo, pero él pensaba que el ataque se realizara una vez que dejara el cargo de presidente de Haití.
Redacción Maduradas con información de Semana.
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