La llegada el pasado sábado al puerto de Jose (Estado de Anzoátegui, en el norte de Venezuela) de un cargamento de crudo procedente de Argelia produjo en el país sudamericano una conmoción similar a la que generaría una eventual importación de espumosos extranjeros a Francia para mezclarlos con sus reputados champañas. “Día de la vergüenza”, lo denominó Damián Prat, un columnista afín a la oposición. Justo cuando se cumplen 100 años de actividad petrolera, Venezuela, el mayor productor y exportador mundial durante buena parte del siglo XX, y uno de los países fundadores de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), vuelve a importar crudo. Ya lo hizo en los noventa desde Nigeria.
La reciente compra a Argelia y a Rusia —dos aliados internacionales del chavismo— de provisiones de petróleo ligero obedece a razones técnicas. El petróleo extrapesado de la faja del río Orinoco, la mayor reserva del mundo, constituye una porción cada vez más importante de las exportaciones venezolanas. Pero ese crudo, que llegó a ser calificado primero como bitumen (betún) antes de ser reconocido en los mercados como petróleo, tiene que ser diluido en unas estaciones conocidas como “mejoradores” para poder ser distribuido y refinado.
El principal mejorador del país, Petrocedeño, gestionado por la estatal PDVSA (Petróleos de Venezuela) en conjunto con la noruega Statoil y la francesa Total, paralizará su actividad en los próximos días por una operación de mantenimiento. De ahí la necesidad, según la versión gubernamental, de obtener petróleos más ligeros para preparar las mezclas de exportación.
A pesar de que la compra cuenta con justificación técnica, PDVSA dudó en hacerla pública. Sabía que ofrecería una mala imagen sobre una industria vital para la economía venezolana, cuya gestión está siendo cuestionada de manera creciente en los últimos tiempos. La producción declina, y la industria no vive su mejor momento: no ha encontrado compradores para su filial en Estados Unidos, Citgo, y sufrió un derrame de petróleo ligero en las costas de Falcón (noroeste de Venezuela).
PDVSA es el gran financiador y, con frecuencia, el gestor de los programas de asistencia social que tan buen rédito electoral han ofrecido al régimen chavista desde 2003. La actual crisis de liquidez en divisas del Gobierno de Nicolás Maduro es poco más que un reflejo de las estrecheces de la compañía petrolera, responsable de la mayoría de las exportaciones venezolanas.
La compañía estatal solo se avino a anunciar la llegada del cargamento la semana pasada, cuando el tanquero Carabobo, procedente del puerto argelino de Bejaia con un volumen equivalente a dos millones de barriles, ya estaba próximo a las costas venezolanas. En agosto, Reuters reveló desde Houston —un centro mundial del negocio petrolero, en Texas— las negociaciones entre Argelia y Venezuela. El presidente Nicolás Maduro acusó a la agencia británica de “una campaña para destruir Venezuela”.
En un comunicado que emitió el 20 de octubre, PDVSA aclaró que se trata de compras “eventuales”. Sin embargo, algunos expertos señalan que la importación subraya importantes deficiencias de la industria petrolera venezolana, lo que, a su vez, pone en entredicho las posibilidades de la economía de salir de la crisis. La producción de petróleo ligero en Venezuela se ha hecho casi marginal por el escaso mantenimiento en los pozos más tradicionales.
Asociaciones estratégicas con empresas de diversos orígenes —italianas, vietnamitas, rusas o chinas— dirigieron cuantiosas inversiones a la faja del Orinoco, desde donde se incorporarán nuevos volúmenes al mercado. Pero no se cuenta con la capacidad de mejoramiento para esa próxima producción de petróleos extrapesados.
PDVSA acostumbraba a mezclarlos con nafta, otro derivado del petróleo, que dejó de producir para comprarlo a precios internacionales. Ahora, al importar petróleos ligeros, ahorra con respecto a la nafta, pero sube su dependencia de los proveedores externos.
Fuente: El País