Desde el día en que encarcelaron a Leopoldo López, la vida le cambió radicalmente a su familia. Su esposa, sus padres y sus hermanas han hecho de su liberación una causa que les consume la mayor parte de sus afanes y de su tiempo.
Antonieta, la madre, se ha convertido en activista de los derechos humanos, pero consciente de que desde las pequeñas cosas, hasta las más trascedentes, que puedan hacer por ese objetivo, ofrece magros y a veces difusos resultados. Sabe también Antonieta, una resuelta mujer de acerado temple y poco dada a la queja lastimera, que muchas madres no pueden, como ella, luchar por la liberación de sus hijos porque éstos murieron durante la protesta: «Leopoldo está preso, pero la verdadera prisionera es Venezuela. Chávez inhabilitó a mi hijo y Maduro lo encarceló.»
-¿Qué sentiste cuando viste a Leopoldo en una celda?
-(Larga pausa) Una sensación extrañísima. Lo vimos la noche del 19 de febrero, luego de pasar todo el día en el Palacio de Justicia esperando que se abriera la audiencia, que luego se celebraría en la prisión militar dentro de un autobús. Fuimos a Ramo Verde y para entonces ya Leopoldo tenía 24 horas totalmente incomunicado. Recuerdo las rejas, la Guardia Nacional, el sonido de los candados al abrirse y Leopoldo allí, solo. Hoy en día esa celda es su hábitat . Ya tiene su sello, sus libros, su Biblia y algo para hacer ejercicio. Pero en ese momento la celda estaba absolutamente desnuda, con una colchoneta tirada en el piso.
-¿Y él?
-Él nunca pudo observar, a posteriori, la maravillosa manifestación de sus seguidores, aquellos ríos de gente. Verlo allí, solo, fue muy duro para la familia porque no tenía que estar en la prisión ni un día. En ese momento había como una desconexión espiritual entre ese ser y nosotros. Luego empezamos a hablar, estuvimos como dos horas y media con él, hasta que nos sacaron para celebrar la audiencia en una zona militar. Una desagradable sorpresa aunque, en medio de la pena, nos alegramos de verlo, de abrazarlo, tocarlo.
-¿No fue un error la decisión de entregarse?
-Absolutamente no. Esa fue una decisión de Leopoldo.
-¿Compartida por ustedes?
-Compartida por nosotros. Mucha gente, en esa semana de clandestinidad, nos dijo que Leopoldo no debía entregarse vista la historia del país en casos similares. Pero Leopoldo tiene convicciones que guían su lucha por la libertad y la democracia. Cuando nos dijo que se iba a entregar, le pedí que pensara en sus hijos (Manuela y Leopoldo) y en su esposa (Lilian). El me respondió: «mamá, el exilio y la clandestinidad no son una opción para mí porque sería prisionero de mi alma».
-Sin embargo, ahora es prisionero del gobierno y eso lo saca del juego.
-Nos preocupaba que un preso como él, con una actividad perenne, (Leopoldo tenía cinco años, desde su inhabilitación, en gira permanente por el país) de repente se viera encerrado entre cuatro paredes y con muy poquita luz natural (en la celda hay una ventana pero muy arriba). La pregunta era: ¿qué hacer? Pues bien, Leopoldo cumple rigurosamente una agenda y aprovecha el tiempo para profundizar y fortalecer sus capacidades intelectuales.
-Reflexión y lectura, pero no actividad política.
-A través de nosotros él envía mensajes, todo el tiempo, a a sus seguidores, a los activistas de Voluntad Popular, a los estudiantes. Leopoldo está pendiente de los problemas del país. Ahora, su ausencia física y actividad, son irremplazables.
-¿A la luz de los resultados, ¿valió la pena el sacrificio?
-El sacrificio es muy grande y viendo lo que está pasando te respondería que todos somos víctimas de este régimen. Pero la principales son sus dos hijos pequeños. Esta situación, que nos ha cambiado como familia, exige de Lilian, su esposa, estar en la calle y alejada de sus hijos. Ella, ahora, es la voz de Leopoldo y debe participar en todas las protestas.
-Protestas que tienen un precio.
-Ya sabemos que Leopoldo convocó a la protesta pacífica para debatir y poner a pensar los venezolanos sobre los problemas y sus soluciones. Yo siento un grandísimo dolor y tristeza por no tenerlo entre nosotros. Pero, por otro lado, siento el dolor y la tristeza de sacrificios cuyas consecuencias son peores porque hablamos de madres que han perdidos a sus hijos, los tienen detenidos o han sido torturados. Todas las madres venezolanas estamos sufriendo y me refiero, también, a la de los guardias nacionales y policías muertos. Eso no debió ocurrir y como dijo Leopoldo, «si mi sacrificio sirve para lograr una mejor Venezuela, no me arrepiento de esa decisión».
-¿Están claros ustedes en que el de Leopoldo es un juicio político con una sentencia que ya conocemos?
-Definitivamente es un juicio político. Leopoldo está preso por ideas que comparte la mayoría de los venezolanos. Pero sus verdades son tan irrefutables que a ellos les va a costar muchísimo ese juicio. Y si la acusación es ratificada, el juicio servirá para dar a conocer las verdades de Leopoldo.
-¿Crees que con este gobierno Leopoldo salga libre?
-Debería salir. Hay una verdadera cayapa judicial. De los 73 testigos que postuló la defensa sólo aceptaron a dos y el 85% de los testigos de la Fiscalía son funcionarios del gobierno. Es un absurdo lo que montaron. No tienen una sola prueba.
-Dijiste que el encarcelamiento de Leopoldo le cambió la vida a a la familia. ¿Cómo se manifiesta ese cambio?
-Primero, Leopoldo no está. El contacto con él se limita a las visitas.
-Está vivo.
-Es cierto y nosotros, como familia, estamos dedicados a todo lo que tiene que ver con su liberación, tomando en cuenta que se trata de una justicia injusta. Yo cambié mi profesión. Ahora soy (y también la familia) una activista de derechos humanos. Un campo que me era ajeno. Pero en medio todo permanece la cotidianidad. Yo tengo dos hijas y cinco nietos, sin contar a Manuela y Leopoldo, a quienes hay que dedicar mucho tiempo porque debemos llenar el vacío por la falta de su papá.
-¿Cuándo supìste que Leopoldo tenía el virus de la política?
-Desde muy joven. A él le viene por ambos lados. De padre y madre. Son generaciones de luchadores que han trabajado por la libertad y la democracia. Mi padre, Eduardo Mendoza Goiticoa, ministro de Rómulo Betancourt en 1945, a los 29 años, le fue asignada la responsabilidad de velar por los refugiados de la posguerra y eso le valió a Venezuela el reconocimiento, por parte de la Comité Internacional de Refugiados, como el país de América Latina que manejó esa misión con la mayor eficiencia y humanidad. Mi suegro estuvo exilado 16 años y el bisabuelo de Leopoldo fue un preso de Gómez. Cuando mis hijos estaban creciendo Leopoldo (padre) estuvo al frente del Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho y yo trabajaba en Pdvsa. Entonces era natural que en esta casa se hablara mucho del país.
-¿Cómo fue la formación de Leopoldo?
-Casi siempre era delegado de su clase y muy competitivo. Gran nadador, siempre buscaba los deportes extremos, incluida, por supuesto, la política. El se educó en una pequeña universidad de Ohio, el Kenyon College, donde se graduó en Filosofía y Economía. Cuando regresó a Caracas, a los 22 años, trabajó con Mercedes Pulido en el Ministerio de la Familia. Luego es aceptado en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. Al regresar entró en Pdvsa y trabajó con Ramón Espinasa. Eso le permitió conocer en profundidad el tema petrolero.
-¿Qué domina en Leopoldo, la ambición de poder o el apego al bien común?
-Las dos cosas deben cohabitar en un político. Pero Leopoldo siempre ha estado animado por una altísima sensibilidad social y un compromiso total con los más vulnerables. Ahora, todo político requiere de ambición porque sin poder no puede materializar las ideas que lo animan, por muy bien intencionadas que éstas sean.
-A veces, el poder se convierte en un objetivo en sí mismo.
-No es el caso de Leopoldo.
-¿Cómo celebrarán este domingo el día de la madre?
-Leopoldo está en la ala de castigo, aislado, en flagrante violación de sus derechos. Derechos a recibir todas las visitas, derecho a recibir correspondencia (le decomisan cartas que vienen en inglés o porque aducen que un escrito que le envía mi nieta mayor tiene contenido político). En esa ala también se encuentran Daniel Ceballos, Enzo Scarano y su jefe de policía. Ellos no se pueden ver, pero se comunican a gritos y acordaron distribuirse, entre sábado y domingo, los turnos establecidos: de diez a doce y de dos a cinco. Así, cada familia, por separado, dispondrá de esos pocos minutos. Allí estaremos sus padres, Lilian, sus hijos, sus suegra y sus hermanas.
Fuente: El Universal.