Jovencitas de 15 años en adelante, con atributos físicos específicos y con un requisito determinante: poseer una gran necesidad económica. Este es el perfil que buscan empresarios chinos que viven entre Venezuela y Brasil, quienes manejan una red de trata de personas en la frontera, de la cual tuvo conocimiento directo El Pitazo.
De acuerdo con fuentes consultadas por El Pitazo, en Santa Elena de Uairén señalan que los empresarios asiáticos formaron una red de prostitución en la que a las adolescentes y mujeres sólo se les permite acostarse con hombres chinos.
El equipo de El Pitazo estuvo en las reuniones que hacían en una de las viviendas frecuentadas por uno de los grupos de chinos que suelen mantener relaciones sexuales con adolescentes y jóvenes en Santa Elena de Uairén.
El relato es de primera mano: ellos no lo ven como un abuso, se sienten paternales al brindar ayuda a las mujeres víctimas. Cuando se reúnen —sólo hombres— cocinan, beben licor e inician sus conversaciones sobre negocios (suelen ser grandes y medianos comerciantes), pero dicen que entre todos se tienden la mano para seguir solidificándose como comunidad extranjera.
Eli, de 17 años, contó a El Pitazo toda su experiencia dentro de esta red. “Yo nací y me crié en Upata (un pueblo minero al sur del estado Bolívar). Cuando me gradué de bachiller, decidí irme a vivir con mi novio, porque ya no soportaba los maltratos de mi mamá, pero me salió una mejor oportunidad. El chino que es dueño de un comercio que está cerca de mi casa me hizo una propuesta y acepté”, contó la adolescente.
El ciudadano asiático se lo planteó como un negocio: “Me dijo que necesitaba una muchacha que lo acompañara a todos lados; que le cocinara, le lavara y lo ayudara en el negocio. Sé a lo que iba, pero nunca imaginé que me encontraría a otras muchachas como yo”, continuó Eli.
“Metí en un bolso la ropa más bonita que tenía y, sin decirle a nadie, me fui. Mi amigo ‘el chino’ me trajo a Santa Elena, tuvo que pagar en dos alcabalas a los guardias (nacionales), porque soy menor de edad y no tenía permiso de viaje. Nos instalamos y en los primeros días pasó todo como él dijo: le cociné, lo atendí, fui a todas sus reuniones, de compras, comí bien, que tenía tiempo que no lo hacía; me compré ropa”, relató.
Transcurrido un mes de su estadía en esta localidad fronteriza, le pidió que lo acompañara a una fiesta en Boa Vista. Era en una casa. Cuenta que cuando entró se percató de que los chinos que asistieron estaban todos acompañados por muchachitas similares a ella.
Fue en medio de la celebración que le explicó a Eli que existía un grupo grande de mujeres que trabajaban sexualmente para ellos, que no podían haberse prostituido nunca en Santa Elena y que sólo debían acostarse con ellos y a cambio le ofrecían dinero, comida y ropa.
“Cuando me dijo que me tenía que quedar a vivir aquí me aterré mucho. Me acordé de esos documentales que vi muchas veces en televisión, donde a las mujeres las encierran años, las drogan y jamás las dejan salir. Le dije que yo estaba enamorada de él, que no quería estar con otro y que por favor me llevara de regreso a Santa Elena. No quería que más nadie me tocara”, continuó el relato.
Amaneció y regresó con ella al poblado venezolano. Esa misma tarde cuando el hombre salió a visitar a su esposa e hijos que viven en otra localidad bolivarense, la adolescente escapó.
Durante dos horas, Eli deambuló por las calles de Santa Elena y pensó en quedarse vendiendo café y cigarros. Tenía pánico de regresar a casa de su mamá y reencontrarse con el hambre, la miseria y la violencia.
Para leer el reportaje completo visite El Pitazo.
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