La espesura de la selva venezolana no le da calor. José Gregorio tiene frío. “Me duele el cuerpo, la cabeza, tengo fiebre”, se queja este indígena. El diagnóstico: Malaria, un mal erradicado hace años entre los yukpa, pero que volvió con la crisis, como en el resto de Venezuela.
“A mí también me ha dado. Y después cayó el bebé. Antes no era así aquí, solamente había chikungunya y dengue. El paludismo (malaria) volvió el año pasado”, cuenta su esposa, Marisol.
Con 3.700 habitantes, es el asentamiento más grande de indígenas yukpa. Y, como dice Marisol, la malaria está “de vuelta” allí, como en todo Venezuela, un país que podía presumir hasta ahora de ser el primero en el mundo en erradicar la enfermedad en 1961.
No hay estadísticas oficiales sobre la malaria en El Tukuko, ni sobre el número de muertes que causa.
Pero el médico Carlos Polanco señala, desde la sala de la misión católica donde atiende, que de cada 10 personas que van al laboratorio a hacerse la prueba de paludismo (malaria) “entre cuatro o cinco salen positivo, o hasta más. Es una cifra alarmante“.
El Tukuko es afectado por el Plasmodium vivax, una forma de malaria menos letal que la otra cepa, Plasmodium falciparum, que prevalece en las regiones amazónicas del sureste de Venezuela.
SegúnPolanco, la razón de la vuelta de la enfermedad es simple. Hace unos años, el régimen venezolano enviaba regularmente empleados para fumigar. Esos humos atacaban a los mosquitos Anopheles, transmisores de la malaria, y la enfermedad estaba bajo control.
Pero estas campañas de fumigación se detuvieron, según Sandoval, y al aumentar la población de mosquitos, “vino el paludismo corriendo”.
La situación es “catastrófica” para Huníades Urbina, médico y secretario de la Academia Nacional de Medicina. En 2018, “hubo 600.000 (casos) y las sociedades científicas estimamos que para el 2019 va a llegar al millón de personas afectadas”.
Redacción Maduradas con información de AFP
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