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“Me dijeron que no me podía ir, que era parte de las FARC”: habitante de Warekena, pueblo indígena casi extinto en Amazonas, contó cómo guerrilleros lo raptaron

El pueblo indígena Warekena, del que solo quedan unos pocos habitantes en el estado Amazonas de Venezuela y al norte de Brasil, se encuentra entre las comunidades desplazadas debido a la violencia originada por la minería ilegal y la presencia de grupos armados que se han ido expandiendo en sus entornos ancestrales, aprovechándose de los recursos naturales.

EPA/Christian Escobar Mora

Un hombre al que se refieren como A en el portal Armando Info para resguardar su identidad, contó que cuando varios hombres llegaron a la pequeña comunidad, le ofrecieron trabajo como conductor de una lancha a motor y él aceptó al ver la oportunidad de hacer dinero, en la remota localidad donde escasean las ofertas laborales.

«Me dijeron que solo iba a trabajar para sostener a la familia», mencionó A. Fue trasladado a un campamento instalado en la selva y ahí vivió dos meses. «Cuando me quise ir ya no podía porque me dijeron que ya me estaba integrando al grupo, que era parte de las FARC. Ahí comencé la vida guerrillera. Traía la droga de Colombia a Venezuela. De Venezuela la distribuyen en aviones», explicó.

De acuerdo con la investigación hecha por Armando Info, la presencia de los guerrilleros al principio pasó inadvertida, pero pronto se quedaron y comenzaron a dar órdenes, controlar quién podía entrar y salir, así como también se hicieron cargo de la justicia local y de la aplicación de castigos.

Con el paso del tiempo, los guerrilleros fueron reclutando a más jóvenes con la falsa ilusión de una vida mejor, ofreciéndole comodidades poco comunes en la localidad, hasta que pasaban al punto de no retorno.

“Es como un hotel. Ahí comen la mejor comida”, mencionó otro indígena de 30 años de edad que trabajó para las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Recordó que en las casas de madera que construyeron y en la que vivía con alrededor de otras 100 personas, había neveras llenas de carne, médicos para atender a los enfermos y televisión satelital.

En el caso de A, fue recluido cuando aún era menor de edad y luego pasó a ser combatiente, pero pronto descubrió que la buena vida era solo un espejismo. Relató que a veces cuando lo enviaban a cobrar extorsiones a mineros ilegales de oro, otro guerrillero de alto rango robaba de dinero y hacía que él asumiera la culpa. “Algunos comandantes no dejan que progrese al que le va bien. Intentan matarlo hasta que lo matan”, sostuvo.

Frente a esta situación, el tío de A, un líder warekena de 55 años de edad, decidió buscar una solución. Un día se encargó de organizar lo que él dijo que sería una pesca comunitaria en el cercano Orinoco, pero en lugar de regresar, instalaron su propio campamento de refugiados, cerca de la orilla colombiana.

Bram Ebus / Armando Info

Redacción Maduradas con información de Armando Info

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