“Me desperté sintiendo que tenía brea caliente encajada en el fondo del pecho”, fue parte del duro testimonio de una joven que se infectó con el nuevo coronavirus (COVID-19) en la ciudad epicentro de la pandemia en los Estados Unidos: Nueva York.
«El día antes de enfermarme corrí cinco kilómetros, caminé 16 más y luego subí como siempre las escaleras hasta mi apartamento en el quinto piso, cargando la ropa que había lavado (…) Al día siguiente, el 17 de abril, me convertí en uno de los miles de neoyorquinos que se enfermaron de COVID-19 y desde entonces ya no soy la misma», relató una de las 196.000 personas contagiadas que se han registrado en la urbe.
«No podía respirar profundamente a menos que me pusiera en cuatro patas. Estoy sana, soy corredora y tengo 33 años», agregó. Fue el dato más angustiante. Esto revela, que cuando se habla de coronavirus, no se refiere a un virus que solo puede afectar a los adultos mayores.
Además, el caso de la joven saca a luz otro aspecto preocupante: no existe un patrón en cuanto al avance de la infección en las personas y cómo los afectará.
«Una hora más tarde, estaba sentada en una cama de la sala de urgencias, sola, aterrada y con un dedo sujetado a una máquina que mide el pulso y la saturación de oxígeno (…) Soy una de las personas que corrieron con suerte y nunca necesitaron un respirador. Sobreviví. Pero 27 días después, sigo con una neumonía persistente. Necesito dos inhalaciones dos veces al día. No puedo caminar más de dos cuadras sin detenerme», sostuvo.
Por último, envió un mensaje a la población que subestima al coronavirus: «Quiero que los estadounidenses entiendan que este virus está enfermando muchísimo a la gente joven y sana. Quiero que sepan que no se trata de una simple gripe», enfatizó.
Redacción Maduradas con información de The New York Times
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