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¡DESGARRADOR! «¿Nosotros también nos vamos a ir del país?» por Luis Vicente León

El director de Datanálisis, Luis Vicente León, en su artículo de este domingo publicado en el diario El Universal, se refirió al éxodo de venezolanos al exterior, a través de una aleccionadora conversación que tuvo con su pequeño hijo en la que le pregunta: “¿Papi, nosotros también nos vamos a ir del país?”.

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Lee aquí la nota completa:

Esta mañana estaba desayunando con Nico, mi hijo, quien usualmente habla hasta por la tapa de la barriga, y hoy no había emitido palabra. Yo estaba retrasado para salir volando al aeropuerto, por lo que hubiera preferido comer callado y no hacer la pregunta que me complicara las cosas, pero no pude. Era obvio que le pasaba algo y cuando ya iba directo al ¿qué te pasa hijo?, él se adelantó con una pregunta más compleja: “¿Papi, nosotros también nos vamos a ir del país?”

Su pregunta tiene todo el sentido del mundo. Tenemos meses despidiendo amigos y no me alcanzan los fines de semana que vienen para invitar a los que se van al terminar el año escolar. Nicolás, con algún sesgo familiar que lo lleva a hablar de porcentajes, ya calculó que de su salón y el de su hermano se van el 30% de sus compañeros a vivir al exterior. Bernardo, su hermano, ante la estampida, decidió preguntar a voz alta: ¡Epa!, ¿y quién se queda? Y una compañerita le respondió: “tranquilo Berni, que tú y yo seremos los últimos mohicanos”.

Si me muevo de lo anecdótico a la data dura, encuentro que en la última encuesta nacional de Datanálisis el 25% de la población manifestó tener un familiar o amigo que se ha ido del país y el 9% indica que planea emigrar este año, para lo que ya ha hecho alguna investigación o trámite. Es claro, por estudios previos, que la tasa de conversión entre el deseo y la ejecución de marcharse es moderada, pero el índice se ha triplicado en dos años, lo que parece indicar que estamos en un clímax (ha habido varios en los últimos años, pero éste resulta estrambótico). Las comunidades venezolanas en Miami, Bogotá, Panamá, Costa Rica, Santo Domingo, Toronto, Calgary y Madrid son tan grandes que sirven ya de redes receptoras de nuevos migrantes y han generado negocios sólidos vinculados a nuestra idiosincrasia: areperas, producción de queso paisa y guayanés, tequeños y hasta colita. Canales venezolanos por satélite, conciertos de músicos locales, eventos de humor criollo llenan teatros por doquier.

Las razones esgrimidas por la población para justificar esta “salida” están vinculadas al deterioro de la situación nacional. La inseguridad y el impacto de la crisis sobre los sentimientos de parte importante de la población, caracterizados por el miedo y la desesperanza. Llama la atención, sin embargo, que pese a que el deterioro de la percepción sobre la situación cruza todos los estratos socioeconómicos, la mayor disposición a emigrar se encuentra en los niveles medios y altos, en la población profesional y en los más jóvenes.

Con excepción de este último grupo, que es común en los países que comparten el drama de exportar a su gente, la condición de emigrantes de alto nivel económico y educativo es atípico con respecto a otras migraciones latinas, con la excepción de la cubana y la chilena en la instalación de sus dictaduras y la argentina hoy, que luce el mismo perfil que la venezolana, mandando al exterior a su clase media, a los tenedores de capital y a su gente más formada, perdiendo talento e inversión interna.

Todo eso pensé, para responder, sin embargo: “No, Nicolás, no tenemos plan para mudarnos. Nadie sabe qué puede pasar en el futuro y la vida da muchas vueltas, pero por ahora no está planteado”.

¡Qué bueno, porque no me quiero ir!, respondió el chamo, pero cuando oigo a mis amigos contarme lo que les dijeron sus papás para explicar porqué se van, me da mucho miedo. “Es normal, hijo, el ser humano está lleno de miedos y estamos condicionados por él. Cada quien enfrenta al tigre como lo considera conveniente. Nosotros, por ahora, tenemos que ser capaces de cabalgarlo aquí, aunque tengamos miedo”.

Él se quedó tranquilo… yo no.

Por: Luis Vicente León / El Universal

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