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¡EL MODELO MISERABLE! Hablan los venezolanos: «Sólo comemos sardina, huevo y mortadela»

Eunice Salazar tiene 52 años y es pensionada. La pensión, equivalente a un salario mínimo de 7.421 bolívares, es el único ingreso de su hogar e insuficiente para cubrir la canasta alimentaria que en Ciudad Guayana supera los 27 mil bolívares según los últimos datos del Centro de Investigaciones de la Universidad Católica Andrés Bello, Guayana.

El repunte que han tenido proteínas como la carne, el pollo y el pescado en estos meses le han impedido seguirlas consumiendo a ella y a su familia.

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“Tenemos dos meses sin consumir ni carne ni pollo. Por los precios no nos alcanza para comprar. Comemos sardina, huevo y mortadela”, comentó.

Asegura que se le pasa de cola en cola para “estirar las lochitas” y conseguir los productos que en la vía a El Pao, en donde reside, escasean. “Vivimos de pura cola y eso es un caos; hoy por ejemplo no pude comprar nada”, afirma, reconociendo que es la primera vez que atraviesa por una situación similar, “solo Dios sabe cómo se va a poner esto”.

Salazar es una muestra de los sacrificios que hace el venezolano para estirar el salario mínimo y subsistir, en un contexto de altos precios y escasez. En Ciudad Guayana, según el último estudio de la UCAB Guayana de la canasta alimentaria, una familia requiere más de cuatro salarios mínimos para cubrir la cesta de alimentos, gasto en el que no se incluyen servicios públicos como agua, luz, educación y transporte.

“La cosa está dura”

Francisco Sotillo trabaja en servicio de vigilancia y gana un “poquito más” del salario mínimo. “La cosa está dura y creo que se va a poner peor”, asegura, así que por ahora su “estrategia” de sobrevivencia es “no comprar mucho ni salir como antes ni para fiestas”.

Otro hombre, que prefirió no identificarse, consideró que su sacrificio es el que hace todo el mundo, “soy jubilado y la pensión no alcanza. En estos días comentaba que hay un problema terrible, antes era político y económico, ahora es político, económico y social; y al Ejecutivo se le ha escapado de las manos”.

Como Eunice Salazar, el hombre contó que dejó de comprar pollo y carne por los precios, “lo que hacemos es consumir más avena y granos con arroz para complementar”.

“Quiero estudiar y no puedo”

Roxelys Bermúdez vive en 11 de Abril, en San Félix, y sufre la realidad económica en sus idas a comprar alimentos y en el impedimento de estudiar por falta de recursos. Tiene 24 años y un hijo de tres y cuenta que es ama de casa. Su esposo, que es electricista, es el que soporta el peso económico de la casa.

Le da máximo 2 mil bolívares a la semana, que Bermúdez debe estirar para comprar los alimentos. “Hago cola para comprar las cosas, voy a Pdval, Bicentenario o La Fuente, porque si voy al supermercado se me va el sueldo”.

“Quería seguir haciendo mis cursos de administración, pero no puedo porque el dinero no me alcanza para nada. Para comprarle las cosas a mi hijo tengo que reunir del dinero semanal, ayer por ejemplo fui con 4 mil bolívares a comprar unos zapatos y no me alcanzó, el más barato costaba Bs. 4.500. Tengo ayuda de mi suegra que me manda ropa”.

“En mi casa falta de todo”

Lucía Jiménez tiene una bodega y al mes, estima, gana 10 mil bolívares aproximadamente. No sabe cómo ha hecho para estirarlos, pero -asegura- que por ahora no se ha dado grandes limitaciones personales; aunque en su casa, admite, “falta de todo”. “Llevo dos o tres años sin pintarla porque falta dinero, cuatro galones son 5 mil bolívares y cuando pienso en gastar eso, pienso que es mejor metérselos a la bodega”.

En estos días, expresó, pegó el grito en el cielo. Metió a su hija en una escuela privada y la camisa, que compró recientemente, costó Bs. 1.500. “Pregunté por el pantalón y cuesta Bs. 2.800, pegué el grito en el cielo”.

Analistas económicos estiman que la inflación cerrará este año en más de 150%, un repunte que pulveriza el salario mínimo y condena la perenne búsqueda de los venezolanos, de los productos escasos y los mejores precios. Una carrera, por ahora, de sacrificios y poca gloria.

Fuente: Correo del Caroní

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