Cuenta la leyenda que el vestuarista tenía poco trabajo con Ramón Valdés: la remera desteñida por tantos lavados, los jeans gastados y las zapatillas viejas ya las traía el actor desde su casa. Todo lo llevaba puesto, pues era su ropa cotidiana.
No obstante, había una prenda que el vestuarista debía tener lista, junto a los zapatos de El Chavo, el delantal de Doña Florinda y el traje de marinero de Quico: el gorrito viejo de Don Ramón.
Al culminar cada jornada de grabación el actor se lo llevaba puesto a su hogar. Pero al siguiente día, camino al estudio, Valdés se topaba con las personas que esperaban saludar a su ídolo.
“Nací niño y sigo siendo chavito -se definía Ramón-. Tengo el carácter de niño, y los chavitos me entienden bien”. Por tal razón, siempre se paraba a conversar con ellos. Les firmaba autógrafos, les hacía bromas. Y uno solía llevarse de regalo el gran premio: el gorrito añejo de Don Ramón.
Su trayectoria no había originado una estabilidad económica. Por el contrario, quien tuvo 10 hijos con tres parejas diferentes debía trabajar en otros oficios (sí, al igual que Don Ramón) para mantener a su familia: en distintas épocas fue comerciante, fabricó muebles de madera y hasta se desempeñó como chofer. Y cuando de todos modos no llegaba a fin de mes, era su hermana Rosalía Valdés o el exitoso Tin Tan quienes lo ayudaban, prestándole dinero.
El notable suceso de El Chavo del 8 —y también de El Chapulín Colorado, en el que tuvo la posibilidad de interpretar otros personajes— le permitió a Ramón dejar atrás las preocupaciones monetarias por casi una década, hasta que en 1979 decidió presentarle su renuncia a Roberto Gómez Bolaños. Pero no fue personal: a diferencia de otros actores, Valdés no tenía ningún inconveniente con Chespirito. Al igual que pasaba en la ficción, el problema era con Doña Florinda, la mamá de Quico.
A esa altura Florinda Meza, la mujer de Gómez Bolaños, ya era responsable de la dirección artística del ciclo, provocando cierto resquemor en el elenco. Ramón tampoco se encontraba de acuerdo: quería responder directamente al creador del programa, quien había confiado en él. Pero la partida de Carlos Villagrán acabó por convencerlo: consideró injusto que fuera despedido por los celos que el personaje de Quico le generaba a Chespirito.
Entonces un día Don Ramón se fue, sin más, haciendo a un lado la fama y el dinero. Con el gorrito puesto. Y la dignidad también, reseña Infobae.
Regresaron entonces lo tiempos de zozobra, de rachas buenas y no tanto. En dupla con Quico probó suerte en la televisión venezolana, pero no funcionó. Así que se unió a un circo que comenzó a recorrer diferentes países de América Latina, usando su clásica vestimenta. Y continúo con la actuación, compartiendo escenas con un joven cantante en pleno ascenso: un tal Luis Miguel. ¡Y en un papel a lo Luisito Rey!
Tiempo más tarde, su salud se encontraba muy deteriorada. Todo se debía al cigarrillo. En los pasillos de los estudios de Televisa, donde se grababan los ciclos de Chespirito, nadie fumaba: la prohibición era taxativa. Menos para Monchito, quien incluso solía despertarse a la madrugada con la única intención de encender un cigarrillo.
La primera consecuencia fue un cáncer de estómago. Lo operaron. Y los médicos le aconsejaron —le pidieron, le rogaron…— que abandonara ese mal hábito. ¿La respuesta? Ramón también fumaba en su habitación del hospital.
A pesar de la cirugía el tumor se acabó expandiendo, afectando su columna vertebral. El pronóstico fue duro: le quedaban seis meses de vida. Ramón Valdés murió el 8 de agosto de 1988, a los 64 años de edad, en la misma ciudad que lo vio nacer y también consagrarse. No obstante, lo hizo casi cuatro años después de que los médicos le hubieran dado aquel pronóstico fatídico.
Redacción Maduradas con información de Infobae.
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