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¡LA HISTORIA DE UN DICTADOR! Maduro: entre el miedo y la represión

Por haber respondido con una represión descomunal a las legítimas manifestaciones de descontento popular, el presidente venezolano Nicolás Maduro ve cómo día tras día se deteriora su imagen internacional. Cada vez son más los gobiernos que de una u otra forma se han distanciado del régimen castromadurista o que han llegado incluso a condenarlo abiertamente.

Frente a esa creciente e indetenible desafección, el ocupante de Miraflores ha decidido contener su conocida insolencia verbal.

Ayer Maduro insultaba al presidente Santos de Colombia por el simple hecho de haber recibido a Henrique Capriles. Hoy afirma que Juan Manuel Santos es «uno de los presidentes que más nos defienden», sin que, como señalara la canciller de Colombia, María Ángela Holguín, pueda explicarse tan insólito cambio de actitud.[1]

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Si ayer Maduro soltaba los perros de presa de su verborrea contra el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, hoy son los gobiernos de Alemania y el Reino Unido, más la Unión Europea y el Parlamento Europeo, los que están condenando las violaciones de derechos humanos en Venezuela. Sin embargo, a diferencia de ayer, Maduro se limita a desenvainar la manida tesis del complot, arguyendo, sin convencer a nadie, que existe una conspiración en su contra, esta vez de la OTAN.

También frente al «imperio» Maduro ha limado su agresiva retórica.

Así, el «imperio» amenaza con imponer sanciones contra la jerarquía chavista por las flagrantes violaciones de derechos humanos en Venezuela. Congresistas estadounidenses proponen develar las propiedades y cuentas bancarias de la boliburguesía en EEUU. Y por primera vez la embajada de Estados Unidos en Caracas utiliza twitters llamando a dialogar y a no criminalizar la disidencia opositora.

En esta ocasión, Maduro no sólo se abstiene de expulsar funcionarios de la embajada de EEUU (como solía hacer), sino que reitera, en una columna publicada en el diario New York Times, su oferta de crear una «comisión de paz» para solventar los diferendos entre ambos países. Mientras tanto, Estados Unidos, inmunizado contra los altibajos del ocupante de Miraflores, ni siquiera se toma la molestia de responder a sus guiños diplomáticos.

A Maduro le ha llegado la hora de constatar que con la represión que ha sembrado sólo ha cosechado la animadversión de la comunidad internacional.

Incluso el apoyo que siempre ha recibido de Unasur se le está resquebrajando. La prueba: no pudo impedir que, a instancias de Colombia y Paraguay, la comisión de cancilleres de Unasur que visitó recientemente Venezuela ampliara su agenda a fin de poder recibir y escuchar a representantes de la sociedad civil y de la oposición. Añádase que varios países de Unasur votaron a favor de que fuese pública la reunión de la OEA en la que hablaría María Corina Machado.

La presión que surge de ese estado de cosas es tal que Maduro no ha tenido más remedio que aceptar en principio la eventual mediación internacional que tanto rechazaba. Y para salvar las apariencias, la disfraza de «diálogo delante de un testigo de buena fe».

Maduro le teme a una mediación ecuánime e imparcial, pues sabe que la misma podría estremecer la quintaesencia represiva de su régimen, presionándolo a que garantice, a semejanza de lo que exige la Conferencia Episcopal Venezolana: el cese de los encarcelamientos, torturas y asesinatos; la liberación de los presos políticos; la autonomía del poder judicial y del Consejo Nacional Electoral; y el acceso de los adversarios del gobierno a los canales de radio y televisión controlados por el Estado.

Por eso trata de sabotear la mediación incluso antes de su inicio, arguyendo que utilizará el «diálogo», no para llegar a un entendimiento, sino para decirles «cuatro verdades» a los líderes de la oposición, a quienes de paso tilda de «cobardes».

Con esa declaración llegamos al colmo de los colmos, pues si hay alguien que no tiene calidad para dar lecciones de coraje, ese alguien no es otro que Maduro.

¿Acaso no se las ha pasado evadiendo un debate público con Henrique Capriles? ¿Acaso no le bastó una simple «corazonada» para rehusar viajar a China en un avión venezolano? ¿Acaso no sigue evitando montarse en un avión, anulando viajes a Cochabamba, Sudáfrica y Santiago de Chile?

Y es ese Maduro quien tiene el tupé de utilizar el apelativo de «cobarde» contra un Leopoldo López que con tanta gallardía soporta un encarcelamiento harto injusto. Contra un Henrique Capriles que nunca ha esquivado un debate público con el inquilino de Miraflores. Contra una María Corina Machado que no tuvo ningún reparo en retornar a su país a pesar del riesgo que corría, y corre, de ser perseguida por el régimen.

Aunque pensándolo bien, ¿qué otra cosa podía esperarse, amigo lector? Alguien que confunde panes con penes, viudos con huérfanos, y pajaritos que silban con voces de ultratumba, no puede ser capaz de distinguir entre diálogo y represión, y menos aun entre democracia y dictadura.

FABIO RAFAEL FIALLO / El Universal.

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