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¡LE MOSTRAMOS! Así sobrevivió una pareja que se quedó varada en Nueva Zelanda tras el inicio de la pandemia: “Acá podemos vivir cómodos”

Los recién casados Nahuel Olea, de 35 años, y Luz Campos, de 29, planearon su viaje de luna de miel en 2019 hacia Nueva Zelanda.

Infobae

Salieron el 11 de marzo de 2020, el mismo día que la Organización Mundial de la Salud anunció que el mundo estaba afectado por el coronavirus y que debía considerarse como pandemia.

A un año de aquel viaje para su luna de miel, la pareja oriunda de Buenos Aires, Argentina, sigue en Nueva Zelanda, aunque inicialmente el viaje solo duraría tres meses.

«El día que salimos de viaje sabíamos que algo pasaba allá lejos, en China, por lo que se venía diciendo en los medios, pero no mucho más. El primer llamado de atención fue cuando escuchamos, en el mostrador del check in, que a unos pasajeros que iban a Miami les decían que no les garantizaban la vuelta… A nosotros no nos dijeron nada. Íbamos para la otra punta del mundo. Salimos y, en la escala en Santiago de Chile, experimentamos otra cosa extraña. Al bajar del avión, nos tomaron la fiebre. Nos pareció rarísimo, pero tampoco nos alarmó. Era nuestro primer vuelo largo, ¡solo conocíamos Brasil!», explicó la pareja.

Al llegar a Nueva Zelanda todo se hizo más complicado para este par de viajeros.

«No teníamos movilidad así que llegar con nuestras mochilas al hostal que elegimos en las afueras de Auckland, un pueblo llamado Hunua, fue un lío: colectivo, tren y Uber… Era un lugar donde no había nada, pero era lo más barato que encontramos», comentaron.

Poco a poco los confinamientos comenzaron a hacerse más estrictos, por lo que tuvieron que buscar alternativas para permanecer en el lugar sin que su dinero se agotara.

Inicialmente pensaron que esto pasaría al cabo de un mes, pero no fue así, por lo que tuvieron que buscar opciones para sobrevivir en este lugar donde nunca habían estado.

Buscando consejos por internet, alguien les explicó que en Nueva Zelanda había un sistema denominado «voluntariado» que consiste en trabajar un par de horas por hospedaje y comida, lo que les pareció una buena opción.

«Ahí empezó un viaje que nosotros jamás habíamos calculado», explicaron sobre ese cambio que pasó de ser un viaje de placer a un modo de subsistencia.

«Creo que nos quisieron ayudar, porque la verdad es que no había turismo. Trabajábamos unas cuatro horas diarias, haciendo mantenimiento general y de jardinería, porque los dueños estaban renovando el lugar. Querían hacer mejoras porque pensaban venderlo. Éramos doce voluntarios. Nahuel habla inglés, ¡pero yo cero! Nos tuvieron mucha paciencia», reveló la joven.

Luego recibieron la propuesta de la dueña del hotel donde se estaban quedando para hacer otro voluntariado con su madre, en Tauranga, donde tendrían que ayudarla con la limpieza y el jardín.

«Era una señora de unos 60 años, maestra de inglés. Trabajábamos dos horas por día, cada uno, y nos daban lugar para dormir. La comida, en esta ocasión, nos la proporcionaba el Ejército de Salvación. Estuvimos con Jenny dos meses», explicaron.

Las preocupaciones por sus familias en Argentina comenzaron a inundarlos, pero el vuelo de regreso se canceló, lo que generó mayor incertidumbre en ellos. No podían cubrir los gastos de repatriación, pero consiguieron apoyo de la Cruz Roja y el gobierno, que estaba ofreciendo alojamiento y comida gratis por tres meses para los visitantes varados.

Estuvieron en Tauranga hasta agosto, luego se fueron a Waiheke, una isla a 40 minutos de Auckland. En vista de que su vuelo de retorno seguía cancelado decidieron aplicar por una visa de trabajo para poder mantenerse mientras estaban en ese país. recibieron ayuda de personas que les prestaron sus tarjetas de crédito para pagar los visados y ellos les dieron el dinero en efectivo, y para el mes de septiembre recibieron las aprobaciones.

El vuelo fue autorizado para el 12 de diciembre, pero no era completo, ellos debían pagar dos tramos del viaje, no encontraron sentido en hacer el viaje de retorno.

Al tener las visas de trabajo buscaron opciones, se devolvieron a Tauranga y comenzaron a trabajar en una plantación de kiwis.

«Había que mantener las plantas, sacar los kiwis más chiquititos de un mismo racimo y, luego, enredar las ramas arriba, en las parras», explicaron, al señalar que debían trabajar entre ocho y 10 horas diarias por un sueldo que les permitía pagar una casa compartida y alimentarse.

Luego pasaron a trabajar en plantaciones de cerezas donde si superaban las expectativas de recolección podían ganar más dinero.

«Trabajamos de lunes a lunes todo el mes. Pero cuando llueve no se trabaja, ni se cobra. Y en esa zona llueve mucho», explicó la esposa.

Cuando terminó la cosecha pudieron comprarse un carro del año 1997, viajaron a Queenstown para conocer un poco la ciudad e hicieron un voluntariado cerca del mar. Más tarde volvieron a la recolección de kiwis.

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Redacción Maduradas con información de Infobae.

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