El líder opositor venezolano Leopoldo López se entregó este martes a la policía, en una jornada marcada por manifestaciones pacíficas, a favor y en contra del gobierno, tras dos semanas de protestas estudiantiles y violentos desbordes.
En una concentración antichavista en el acomodado sector este de Caracas, López —que busca forzar una salida anticipada del presidente Nicolás Maduro— irrumpió en el mitin, dirigio un mensaje y se entregó a la polícía, que lo buscaba por cargos de homicidio en los desmanes que dejaron tres muertos la semana pasada.
El dirigente opositor fue conducido por la tarde al palacio de Justicia, en el centro de Caracas, donde se informó que su audiencia será este miércoles y que pasará la noche en una cárcel militar de las afueras de la capital, de acuerdo con su partido Voluntad Popular.
López “pernoctará esta noche ilegalmente en la cárcel de Ramo Verde”, señaló Voluntad Popular en su cuenta de Twitter.
También se informó extraoficialmente que una orden de captura fue emitida contra el dirigente Carlos Vecchio, quien pertenece a la organización política de López.
El presidente Nicolás Maduro, que encabezó un mitin ante miles de simpatizantes, había anunciado previamente que Diosdado Cabello, líder de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo, estaba conduciendo al dirigente opositor a una cárcel fuera de Caracas y que lo “están cuidando” porque, según el gobierno, habría intentos de atentar contra su vida
Ambas marchas marcaron un clímax luego de dos semanas de protestas universitarias iniciadas en San Cristóbal (cerca de la frontera con Colombia) en reclamo por la inseguridad y que fueron creciendo en magnitud, extendiéndose a todo el país e incorporando reclamos por la inflación, desabastecimiento y detenciones de estudiantes.
Las manifestaciones, que tuvieron desbordes violentos, habían sido calificadas por el presidente como “un golpe de Estado en desarrollo”.
Oficialistas y opositores se habían reprochado la temeridad de convocar dos marchas que podrían toparse en un país altamente polarizado y que tiene todavía presente abril de 2002, cuando una manifestación opositora hacia el palacio presidencial derivó en un sangriento golpe de estado que derrocó brevemente al entonces presidente Hugo Chávez.
Alrededor de 10,000 opositores vestidos de blanco congregados en Plaza Brión recibieron como a un héroe al líder de Voluntad Popular, Leopoldo López, cuando llegó desafiando una orden de captura.
Con una bandera venezolana en sus manos, López trepó a una estatua del prócer cubano José Martí e instó a sus seguidores a “construir una salida a este desastre”.
“Si mi encarcelamiento vale para el despertar de un pueblo, … valdrá la pena mi encarcelamiento infame. Me presento ante la justicia injusta, ante una justicia corrupta”, agregó el dirigente antes de dirigirse hacia un puesto de comando policial y entregarse.
López se bajó de la estatua, abrazó a su esposa y con el rostro tranquilo se dirigió, entre un enjambre de simpatizantes y cámaras de los medios, hacia los guardias nacionales, que lo introdujeron en un camión con rejas y pequeñas ventanillas.
El vehículo, rodeado por un cordón de guardias, arrancó pero su andar fue tortuoso, lento, errático, ante los cientos de simpatizantes que no se resignaban a ver a López detenido.
“¡Libérenlo!”, “¡Suéltenlo, cobardes¡” gritaban y bloqueaban el paso del vehículo por las estrechas calles de Chacaíto.
“Hermanos, soy Leopoldo, estoy bien, permítannos avanzar sin violencia”, dijo a través de un megáfono desde el interior del vehículo.
Pero fue inútil: el camión no conseguía avanzar. Una camioneta negra, con vidrios polarizados, llegó al lugar y López fue introducido en ella.
El trayecto fue el mismo, con un andar improvisado, que en ocasiones solo conseguía dar vueltas por una misma zona obstaculizada por pelotones de manifestantes y con el eco de las cacerolas que golpeaban vecinos de la zona. Las protestas eran por su detención pero también por la elevada inflación y la falta de productos básicos.
López, un economista de 42 años educado en Harvard y con dilatada carrera política, estaba oculto desde que el gobierno pidió su captura por los desmanes del miércoles pasado.
Él y otros dirigentes impulsan bajo la consigna “La salida” la táctica de ocupar las calles para oponerse al gobierno de Maduro, electo en abril del 2013, y forzar un “cambio constitucional”.
“Estamos expresando la frustración que sentimos, el país es un caos, no hay insumos en los hospitales, basta de inseguridad, quiero una Venezuela de progreso, donde me pueda quedar”, había dicho Satle Oviedo, de 27 años, trabajadora de un hospital público.
Cerca de allí una joven llevaba una pancarta con la leyenda: “24,763 muertes violentas en 2013. Somos más que solo cifras”.
La marcha opositora no estaba autorizada y las autoridades habían desplegado un fuerte dispositivo antimotines que impidió a los manifestantes avanzar, como era su propósito, hacia el ministerio de Justicia, cerca del Palacio de Gobierno.
A la misma hora y a sólo kilómetro y medio una multitud de trabajadores petroleros, con los colores oficialistas —que fuentes independientes estimaron en más de 10,000— iniciaron una marcha de cinco kilómetros hacia el Palacio de Gobierno encabezados por el vicepresidente de temas económicos, Rafael Ramírez.
La manifestación fue convocada para que los petroleros entregaran a Maduro un contrato colectivo de trabajo, calificado por los gremialistas como positivo.
El jefe de Estado agregó que el número dos del oficialismo y presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello fue el encargado de trasladar a López a una cárcel no identificada en las afueras de Caracas.
La tensión por las marchas puso a Venezuela en el punto de mira de la comunidad internacional y varios gobernantes apoyaron a Maduro, mientras organizaciones internacionales como Celac y Unasur y países como México y Panamá exhortaron a resolver las diferencias mediante el diálogo.
Venezuela, el país con las mayores reservas de crudo del mundo, tiene a Estados Unidos como principal socio comercial pese a las permanentes desavenencias y roces políticos.
Fuente: El Nuevo Herald.