El reloj marcaba las 5:00 am del jueves 23 de junio, cuando la alarma me despertó y rápidamente me levanté con la determinación de validar mi firma para el proceso de referendo revocatorio. Una fresca e inusual mañana en Maracaibo me acompañaba rumbo a la sede del Consejo Nacional Electoral (CNE) en La Barraca.
Llegué antes de que comenzara el proceso en la oficina regional (8 am), sin embargo, las cuadras aledañas al CNE ya estaban abarrotadas de gente que aguardaba por autenticar su rúbrica.
El humor del maracucho se mantuvo presente conforme leves pasos avanzaba en la cola, que daba a las riveras del Lago de Maracaibo y cubría, fácil, unas siete cuadras.
«¿Usted es el último de la cola?», era la pregunta más repetida, a la que la multitud respondía casi en coro: «No, mijo, preguntá atrás, por allá, por el Lago, a ver quién es el último». Otros más ocurrentes sugerían a los recién llegados que se aplicaran bloqueador, pues el sol ya salía reluciente.
Sobre las 9 am, me veía aún entre las últimas personas en la fila para ese momento, decidí junto con otros firmantes aceptar movilizarme hasta Mene Grande, donde se disponía de un punto de validación que no concentraba tanta gente.
El camino hacia el municipio Baralt, poco más de tres horas desde Maracaibo, estuvo cargado de anécdotas que bien podrían plantearse en una novela.
El paso por cada alcabala significaba entrar en personaje. Quienes íbamos a bordo del autobús debíamos fingir ante los militares que eramos religiosos evangélicos y que iríamos a una convención especial.
En cada parada militar, quienes nos dirigíamos a validar, debíamos poner cara de no partir un plato y hasta tomar rosario en mano para que los efectivos castrenses no se inventaran excusas para obstaculizarnos el tránsito.
Al acercarnos a una alcabala la música se apagaba y las gorras tricolor eran ocultadas, pero al pasar cada uno de los retenes, las canciones y alegría volvían al autobús, cada vez más cerca del punto de validación.
Poco después de las 12 del mediodía, llegamos al tan anhelado destino: el centro dispuesto para validar no era ni la sombra de lo que pude ver en Maracaibo. Mene Grande estaba totalmente desolado, pero los autobuses provenientes de la capital llenaron rápidamente el lugar, donde en menos de una hora validamos alrededor de 200 firmantes.
Ya de regreso y con la satisfacción de haber ejercido un derecho que podría devolverle a Venezuela la libertad, un intento de saqueo a un camión cava me recordó por qué es tan importante un cambio en el país.
Un grupo de personas, al menos uno portaba un arma, lanzaron troncos en la vía a Bachaquero, donde obligaron al conductor de la cava a detenerse y abrir la compuerta de carga, la cual estaba vacía.
El saqueo solo quedó en el intento y susto, pues estas personas solo buscaban comida. Inmediatamente, restablecieron el paso y con señales aprobatorias nos saludaron por validar.
Así transcurrió una jornada maratónica, pero sobre todo patriota, el dejar un granito de arena por una mejor Venezuela siempre valdrá la pena.
Una venezolana que ama a su país