Un habitante del centro de Caracas que se identifica como Rafael Pulido compra la suelas de los zapatos para ponérselas a los calzados usados que le regalan.
“¿Ahorita cómo gana uno para comprarse unos zapatos nuevos, con lo caros que están?“, se preguntaba Pulido mientras conversaba con un zapatero que le vendía en 500 bolívares (8,3 dólares) la suela.
Además, en las protestas casi diarias que realizan los trabajadores venezolanos por los bajos salarios en la administración pública, esta también ha sido una denuncia, pues muchos de ellos muestran a periodistas el calzado roto.
Los zapatos, que para muchos son un sinónimo indiscutible de presencia y elegancia, en Venezuela solo son un recordatorio de la pobreza que en la mayoría de los casos ya es extrema, pues los venezolanos tienen un ingreso diario inferior a los 1,25 dólares que establece la ONU para hacer esta calificación.
La adquisición de unos zapatos nuevos nuevos tampoco es fácil para quienes ganan montos superiores al salario mínimo y así lo afirma Alejandro Camacaro, dedicado a la venta de seguros.
Aunque no tiene hijos y la mayoría de sus familiares viven en otros países, para Camacaro, cuya indumentaria parece la correspondiente a la de una oficina aunque con unos zapatos bastante estropeados, es difícil comprarse un calzado porque con lo que percibe tampoco le alcanza.
Mientras, los padres venezolanos hacen malabares para rendir el dinero entre comida, medicinas y artículos esenciales que requieren sus hijos, incluyendo la vestimenta.
En medio de este escenario las zapaterías pasan la mayor parte de la jornada sin clientes o con venezolanos que solo observan desde afuera los elevados costos que el Gobierno quiere regular, según asomó el presidente en agosto pasado como medida para enfrentar la crisis.
Información de EFE
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