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¡DESNUDANDO AL RÉGIMEN! Rodríguez Torres, la revolución de los asesinos en serie por Gustavo Tovar

En criminología existe una vaga diferencia entre dos términos que se acercan y mezclan: el asesino en serie y el asesino en masa. El asesino en masa es aquel que comete en un solo acto, exorbitado pero con cálculo, el asesinato de dos o más personas por el simple placer psicológico de hacerlo. Por lo general se suicida luego de cometer su crimen. El asesino en serie es quien asesina también a dos o más personas pero en diferentes actos, proyectados en un lapso de tiempo prolongado. A diferencia de lo que se suele pensar, el asesino en serie y el asesino en masa no se distinguen entre sí por el numero de muertes causadas, sino por el tiempo que transcurre en sus actos mortales.

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Las excusas que tienden a usar para justificar sus atrocidades unos y otros por lo general son las mismas: salvar a la humanidad del apocalipsis, reivindicar a un pueblo -eso sí, con sangre y mortandad- de unos verdugos imaginarios o liberar a una nación (¿Venezuela?) del capitalismo salvaje o del imperio. Cuando uno analiza la historia de los famosos asesinos en serie o en masa, esos psicópatas que liquidan a mansalva a sus desprevenidas víctimas, nos sorprendemos porque en muchos de los casos más sonados: Jack “el destripador”, Charles Manson (y su “familia”) o Ted Bundy, entre otros, el número de muertos no es muy grande, en el peor de los casos son decenas de dolorosas y inadvertidas víctimas.

Otro detalle paradójico, pero de gran significación, es que en su mayoría estos criminales son gente aguda, inteligente, carismática, que se hace pasar por gente de “bien”, sus causas suelen ser “justificadas” y “nobles”. Son unos grandes manipuladores, unos hipócritas, unos cínicos.

El asesinato a mansalva de centenares de desprevenidos venezolanos la madrugada del 4 de febrero de 1992, perpetrado por Hugo Chávez y sus cómplices (su familia): Miguel Rodríguez Torres y Diosdado Cabello, entre otros, si hubiese sido un hecho aislado habría sido catalogado como un asesinato en masa, pero como reincidieron en varias ocasiones (27 de noviembre de 1992, 11 de abril de 2002 y así sucesivamente hasta nuestras fechas) se debe entender que sus crímenes no fueron actos únicos sino repetidos en un largo lapso de tiempo: son asesinos en serie.
Miguel Rodríguez Torres, uno de ellos, es quien hoy me acusa por enésima vez, soy su obsesión.

La revolución de los asesinos en serie

Antes me explico para que no me censuren los medios que me publican. No exagero ni miento cuando digo que son asesinos en serie, sus crímenes son hechos conocidos, públicos y notorios, judicialmente verificados y descaradamente aceptados -como suele ser con estos psicópatas- por sus causantes.

Hugo Chávez está muerto y embalsamado como memoria infame de su psicopatía en el lugar desde donde dirigió su primera matanza masiva de venezolanos. Sus “nobles” y “justificadas” excusas asesinas: salvar a Venezuela de la corrupción, del capitalismo salvaje y de la pobreza, se han exacerbado a niveles escalofriantes. No podía ser de otro modo, si se toma en cuenta lo que son y lo que serán para siempre estos “redentores” sangrientos de la humanidad: unos asesinos (en cualquier otra nación del mundo estarían todavía purgando su pena, como Charles Manson y su familia).

En Venezuela, por irresponsabilidad de Rafael Caldera, la familia de Chávez (hago la ineludible analogía con la “familia Manson”), sus cómplices en la secta criminal, supuestos redentores del pueblo y reivindicadores de la salvación de la humanidad -esos psicópatas-, siguen vivos y coleando, usurparon el poder y desde él acusando, persiguiendo, encarcelando y asesinando o todo aquel venezolano que, como yo, pensamos distinto o aspiramos a una nación en paz, en democracia y con justicia. Es decir una Venezuela más humana y más libre.

En su demencia, todos los que nos rebelamos a su pública criminalidad, todos los venezolanos críticos, somos unos peligrosos enemigos que hay que perseguir y aniquilar. En ese sentido, yo soy -discúlpenme el pedante empleo de la primera persona del singular, pero estoy obligado- supuestamente uno de los peores enemigos de esa alucinación redentora. ¡Válgame Dios!

Las dos puercas “pu”

Uno de los debates intelectuales más acalorados y deslumbrantes que ha presenciado el pensamiento político latinoamericano los protagonizaron Octavio Paz y mi amigo Carlos Monsiváis (sí, mi amigo, ¿por qué no mostraron nuestra foto?).

En aquella ocasión el genio imbatible de Paz señalo lo siguiente: “Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias. La ligereza -con él- se convierte en enredijo y aparecen las tres funestas fu: confuso, profuso y difuso”. Cuando el asesino en serie Rodríguez Torres me acusa por enésima vez de ser el “gran articulador de las manifestaciones” pacíficas de la oposición, de ser la “mente” detrás de la rebelión, de ser un poeta maldito peligrosísimo para el chavismo no sólo es guiado por las tres funestas “fu” que mencionaba Paz, padece un mal peor e irremediable, los dos puercas pu: purulento y putrefacto.

Rodríguez Torres no es un hombre ni de ideas ni de ocurrencias, es un hombre de alucinaciones. Las dos puercas “pu” de su aliento se sienten a la distancia. ¿Cómo responde una persona medianamente racional a semejantes disparates? ¿Cómo carajo le explico a Latinoamérica que no tengo ni las habilidades ni las capacidades que se me atribuyen? ¿Cómo le doy sentido común a mis respuestas ante acusaciones tan lunáticas, demenciales y estrambóticas, que además me convierten en un inmerecido Capitán América latinoamericano, en un Batman o en su defecto en un Chapulín Colorado, es decir, en un mito?

¿Qué hago? ¿Cómo respondo a esta recua de dementes, psicópatas y criminales y en particular, cómo atiendo a la obsesión que el jefe de la mafia boba, Miguel Rodríguez Torres, tiene conmigo?
No sé, la verdad, no sé. Sólo sé que es complejísimo, pienso que Rodríguez Torres más que preso debería de estar en un manicomio, su manía conmigo ya no es ni eufórica ni depresiva, es alucinante.

La “mente maestra”

¡Carajo!, en esto sí se pasaron los palangristas de Venezolana de Televisión (VTV), les acepto todo tipo de insultos y malacrianzas a los asesinos en serie y su “familia” (Manson), pero enaltecerme con los motes de la “mente maestra” o el “genio” detrás de la insurrección, viniendo de ustedes -malandros irreductibles, psicópatas- es inaceptable, intolerable, vergonzoso.

¡Más “mente maestras” o “genio” serán sus madres y sus abuelas! Opositor venezolano que se precie no acepta ningún cumplido de la dictadura y ustedes, hijos del sátrapa y sus meretrices, que han arruinado a Venezuela y enfermado su tejido humano y social, no merecen ni el saludo al menos hasta que estén tras las rejas por criminales o en cuartos de reclusión por dementes.
Ni soy “mente maestra” ni soy “genio” de ninguna conspiración, soy otro venezolano más entre millones que sólo sueña y se expresa en libertad. ¿Eso les parece tan “maestro” o “genial”?
De verdad, ¡no sean tan estrafalariamente pendejos!

Mi vergüenza pública

Me extenderé en esta entrega, no mucho, pero me extenderé. Quiero desde el fondo de mi ser pedir disculpas a todas las personas que han involucrado con mi supuesta “conspiración”. A los que me conocen y a los que no también. (Abro un paréntesis para señalar que no conozco, no he visto, no sabía que existían y aún no sé sin son producto de la alucinación de Rodríguez Torres o son seres humanos de carne y hueso, al 90% de las personas que se relacionó con mi supuesta conspiración cósmica. ¿“El aviador”, las decenas de extranjeros que dicen que detuvieron, Todd Michael, Alberto Cárdenas, ¿quiénes son?, ¿de dónde salieron?, ¿existen?).

La verdad, al margen de las ficciones y las manías de Rodríguez Torres conmigo, soy un don nadie en esta historia, un venezolano más que aspira con ahínco la democracia en su país, que sueña con una Venezuela más humana y libre, más justa, otro poeta romántico e inconcluso latinoamericano cuyas únicas armas que sabe emplear son las palabras. Nada más, nada menos.

Todas las “pruebas” que alucinadamente me inculpan son públicas, están en mi página de Facebook: paisajes, flores, mascotas, fiestas mexicanas, turcas, parisinas, mis amigos, mis hijos, mi amada Ana Carlota. No entiendo nada, no sé cómo explicar tanta demencia, ¡c*ño!, inmerecidamente me han mitificado. ¡Qué vergüenza!

Sí, siento una vergüenza infinita con quienes realmente luchan en las calles de Venezuela por hacer valer sus sueños, por aquellos que claman justicia, por los presos, por los torturados, por los muertos, por todos los venezolanos que están luchando denodadamente y hasta sacrificando su vida por un ideal de libertad.

Siento una vergüenza aterradora también por los que se mueren en los hospitales, los que padecen hambre, las víctimas del hampa común, los analfabetas, por los venezolanos olvidados y despreciados de siempre, me he convertido -muy a mi pesar- en la nueva distracción de la dictadura.
¡Perdón! ¡Perdónenme! ¡Ustedes son los verdaderos héroes de esta historia, yo tan solo soy un relator y humilde servidor de sus hazañas!

Sigan, sigamos, nuestro destino último es la libertad, sin asesinar a nadie, sin torturar ni herir, sin violencia y en democracia. Sin alucinaciones. Luchemos, sigamos luchando, estamos del lado correcto de la historia. No nos podemos cansar, tenemos que aislar a los sociópatas. Nos están destruyendo, nos están desbaratando. Reivindiquemos la fuerza más humana y más libre de nuestra nación, que las dos puercas “pu” no nos atemoricen ni apesten. Venezuela está en ti, no la dejes asesinar.

Por: Gustavo Tovar / @tovarr

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