En una conversación con Infobae, el abogado argentino-venezolano Marcelo Crovato, que estuvo cuatro años como preso político del régimen de Nicolás Maduro, contó todos los padecimientos que vivió en las cárceles venezolanas.
Crovato fue el el único argentino preso político del régimen de Nicolás Maduro. El 22 de abril se cumplen cuatro años de la madrugada en la que le cambió la vida tras ser detenido por su actividad como abogado defensor de derechos humanos en la ONG Foro Penal Venezolano. Sostuvo en la conversación que su detención fue ordenada desde arriba.
«Decidieron detener a alguno para dar un escarmiento y el que dio la oportunidad fui yo«, cuenta ya resignado. Lo que siguió fue su infierno: lo recluyeron en una peligrosa cárcel común, con asesinos, narcotraficantes y violadores; lo amenazaron de muerte, sobrevivió redactando los recursos, hábeas corpus y notas jurídicas de todos sus compañeros de penal. Tuvieron que operarlo dos veces de la columna, padeció cáncer de piel, realizó dos huelgas de hambre y transitó una depresión terrible por estar lejos de los suyos. Ya en prisión domiciliaria, planificó su fuga», cuenta el medio de comunicación.
En la conversación detalló el calvario que vivió en la cárcel de Yare, que comparó como un campo de concentración nazi:
«El Yare III es una cárcel de alta peligrosidad para casos comunes. Cuando llegué había un pequeño grupo de presos políticos, estudiantes detenidos en las manifestaciones. Estuvieron un par de semanas hasta que salieron. A mí me tocó quedarme 10 meses ahí. Las cárceles en Venezuela son un infierno. Hay penales abiertos y cerrados. Hay unos donde la autoridad la llevan los propios presos. Hay un preso de mayor jerarquía, que se le dice «Pran», que decide lo que se hace o lo que no se hace. El que vive y el que muere. Él aplica la Justicia, que allá es un disparo en una pierna, en el abdomen, o en la cabeza, según la falta cometida y se aplica de inmediato. Hay otros penales, donde el control lo tiene el Gobierno. No tienen nada que los diferencie de un campo de concentración nazi. La comida era de muy mala calidad. Perdí 25 kilos en un mes y medio y al final de mi estadía había perdido 35 kilos. Nos daban agua contaminada y casi no había atención médica, porque no había medicinas ni médicos todos los días. Por mucho que el personal sanitario quisiera hacer algo, simplemente no había con qué. No había cómo atender ningún tipo de dolencia. Yo sufrí de cáncer. Estando preso noté una lesión cancerosa en mi pie, solicité atención especializada y el propio médico del penal emitió un informe indicando evaluación de un especialista. Pero después de tres meses no me habían llevado al médico. Tuve que hacer una huelga de hambre para recibir atención. Sufrí una caída que me lesionó la espalda -junto con 10 meses de dormir en el suelo- y necesité dos intervenciones quirúrgicas. Ahora tengo una cantidad de prótesis de titanio puestas. Se me negó totalmente asistencia, se me manipuló mal y me dijeron que si me moría, mala suerte», expresó.
Para más información sobre esta entrevista, puede visitar el portal Infobae
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