Bony no toma café. No tiene ese vicio, pero sí el hábito de tomar dos litros diarios de Coca Cola Light. No da chance a que se acabe el gas de la botella. Se la toma completa. No cocina mucho. Más bien poco. Pero los hijos no han pasado hambre ni comido mal jamás. No hace panquecas, ni arepas ni huevos fritos, pero sabe cocinar arroz, pasta, pollo a la mostaza y chimichurri. Cuando se refiere a un Volkswagen, dice “Folksbagen”. Habla alemán gracias al Colegio Humboldt y a su madre alemana, quien usó el idioma siempre para despistar oídos curiosos y criollos.
El día que la llamó Elías Jaua y se presentó como Canciller de la República no le creyó. “Si usted es Elías Jaua, yo soy Luisa Cáceres de Arismendi”, respondió. Era Elías Jaua. Aunque el Canciller ofreció ayuda por razones humanitarias, no hubo final feliz. Iván Simonovis, esposo de Bony, muy a pesar de las complicaciones de salud no ha recibido ninguna medida humanitaria. La solicitud de la aplicación del artículo 491 del Código Procesal Penal fue negada el 23 de mayo de este año.
Está preso desde el 22 de noviembre de 2004 a raíz de los acontecimientos del 11 de abril de 2002 en Caracas.
Para las visitas a la cárcel, Bony asume cotidianidad en el hacer y en el vestir: jeans y Converse. No usa tacones ni puede usar celular dentro de las instalaciones penitenciarias. El último retoque de maquillaje lo hace antes de las rejas, lejos de los militares. El CENAPROMIL (Centro Nacional de Procesados Militares), en Ramo Verde, Los Teques, es un bloque de viviendas al que le pusieron rejas, puertas, alambrados, cerrojos, cámaras, candados y horas de visita y de descanso. La electricidad se va con frecuencia y afecta los televisores, pero no las partidas de dominó. Los custodios se pasean con la inseguridad de quien se siente vigilado. Uno de los letreros que recuerdan la razón de ser del espacio reza “Prohibido tomar fotografías ni hacer proxenetismo político”.
La requisa a la visitante asidua deja ver dos canillas, un jugo de naranja, dos jabones, tres cremas hidratantes, medicinas varias, crema de afeitar, pasta de dientes y ningún champú.
“¡Siguiente!” “Pase detrás de la cortina”. “Suba los brazos. Abra las piernas. Suba la camisa. Abra el pantalón. Quítese los zapatos”.
Bony saluda, sonríe y acata.
“¡Siguiente!”
Bony estudió Derecho en la UCAB y se especializó en el área penal. Lo primero que hizo durante la carrera fue trabajar como voluntaria con el profesor Elio Gómez Grillo, defendiendo a privados de libertad. En algún momento la honraron nombrándola madrina de un equipo de básquetbol de la cárcel de El Rodeo. Hoy defiende al esposo preso en Ramo Verde. Los domingos y desde muy joven leía “Los crímenes más sonados” en Estampas y de reojo los obituarios en El Universal. No lee poesía y le gusta que las historias describan muy bien y con detalle lo peor. Este gusto literario nunca fue aprobado por su padre, español de carácter, estampa y acento. No era como para la consentida Bony.
¿Vida social? No tiene. Si hace yoga, la ven fijo. Si hace mercado y llena el carrito, se lo examina el que esté al lado. Si la ven en Maiquetía, la cuestionan: “Tú viajando y tu esposo preso”. Si se hace un selfie contenta, la acusan de ser feliz. Verla víctima y sufrida es un pedido a gritos de miles de desconocidos. No puede decir públicamente su afición por un equipo de fútbol en el Mundial porque no se ve bien. No puede salir a comer con las amigas. Las invita a la casa: ellas no la cuestionan, no hablan del tema y ayudan cuando hace falta. Son sus amigas y son pocas.
Bony también está privada de libertad.
Lleva nueve años visitando una cárcel por lo menos una vez a la semana con sus dos hijos de 17 y 21 años, con su madre mientras vivía, con sus hermanas, con sus sobrinos y primos, con amistades en común y también sola. Hoy en día todavía le preguntan cada vez que va: nombre, privado de libertad a visitar, dirección, teléfono, parentesco. Los datos son tomados a mano en el cuaderno de visitas, caligrafía marcial.
Aunque todo lo que lleva lo deja en el calabozo, hace nueve meses rescató a Efi, una perrita negra e hiperquinética que nació en las inmediaciones del penal. Los custodios se alegraron del mejor futuro que tendría.
Bony visita la cárcel, lleva el caso al día y conoce todos los vericuetos del mismo. Es esposa, es madre, madre-chofer, madre-amiga, tiene oficina propia, se mantiene económicamente, no tiene deudas y hace labores del hombre de la casa. Hoy se bañó con agua fría porque el calentador se dañó. Necesita un técnico. Ayer puso la orden para comprar el retrovisor caído del Corolla, que sus dos perros y un radical quién-sabe-de-qué-bando han decidido autografiar de punta a punta. Lo hizo por Mercado Libre en Maracaibo. Debe estar por llegar. Necesita ambos retrovisores para subir a Los Teques a la visita penitenciaria.
Bony Simonovis no existe. Bony es un sobrenombre y en su cédula, María del Pilar Francisca Ana Pertíñez todavía aparece soltera.
Bony se pica cuando dicen que su hija no se parece a ella sino a su papá.
Este año se hizo tres tatuajes: “prosperidad”, “doble felicidad” y “longevidad”. Le causó dolor hacérselos. Invitó a la hija al mismo dolor, pero ella no aceptó. Aprovechó para criticar a la madre. La edad.
Nadie se quiere ver en el espejo de ella. “Esas cosas le pasan por ser mujer de policía”, ha escuchado. Desde afuera, cualquiera es más Bony que la propia Bony. Cada vez que alguien comienza una frase diciendo “Es que tú deberías…”, ella no oye, no escucha. Ya no lo hace.
Ha sido muy de izquierda para algunos en la oposición y ambidiestra para el oficialismo. El 8 de marzo de 2003 vivió una experiencia inédita: la botaron del trabajo a través de un listado publicado en el diario Últimas Noticias. Trabajaba en control de prevención y pérdidas en PDVSA Chuao. El 8 de marzo celebró el Día Internacional de la Mujer: cumplió años su hija Ivana y aprovechó y salió a marchar.
Por las redes sociales recibe apoyo y solidaridad. También intensas críticas de los más radicales de ambos bandos. Ha aprendido a leerlos sin asimilarlos. Sólo los bloquea cuando la insultan o se ponen muy querendones.
La soledad aprendió a disfrutarla, pero no se acostumbra ni se resigna. Ni piensa hacerlo. Tiene diez años de vacaciones en familia en espera. Mientras tanto los hijos van creciendo. Crecieron.
Iván, el policía y piloto, tiene su oficina arreglada, escritorio completo, premios y condecoraciones, vestier ordenado, trajes y corbatas en fundas para protegerlos del polvo.
El día que vuelva va a conseguir todo listo.
El padre de Bony le dijo de forma tajante: “Cuando te cases, nunca uses el apellido de casada”. Ella misma se dijo: “Cuando tenga hijos, no voy a repetir los nombres de sus padres”. Iván e Ivanna. Y María Luisa, la segunda hija, falleció a los cinco meses de nacida. El día del entierro de la bebé era el acto de grado con honores de su especialización en Derecho Penal.
A Bony, de 48 años, no todo le ha salido como lo había planificado.
No pidió nada de lo que está viviendo, pero le tocó y está satisfecha con la forma en que lo ha llevado. Pide poco y agradece mucho. Durante años pocos creían lo que vivía. Ahora los casos como el de ella se multiplican mensualmente. La consultan. La entienden. Nunca falta quien le dice que se apiada de ella, pero que seguro él debe haber hecho algo para que la tengan así de agarrada con su caso.
No ha perdido la capacidad de indignación ni corre el riesgo de resignarse, sólo busca mantenerse alejada del resentimiento. No llora.
— ¿De qué vale contar todo esto?
— Es importante dejar el testimonio, que se sepa… para que no vuelva ocurrir y mantener a mis hijos lejos de la intolerancia.
“El tiempo de Dios es perfecto” es la única frase que Bony no tolera.
Roberto Mata / Prodavinci.