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¡IMPRESIONANTE! La historia de dos venezolanos que murieron en las Torres Gemelas #11S

Sus nombres no suenan muy criollos, pero Jenny Low Wong y John Howard Boulton Jr. eran tan venezolanos como el petróleo, las misses o el pabellón. Sus apellidos mestizos vuelven a ser noticia a más de una década después del atentado a las torres gemelas porque fueron los únicos caraqueños que fallecieron en esa tragedia. Ambos tenían menos de treinta años. Clemente Balladares, un biólogo marino apasionado por las historias de venezolanos emblemáticos, rinde en este texto breve su homenaje a la memoria de estas víctimas del 11S.

Torres-Gemelas-11s

En la Torre Norte

Los padres cantoneses de Jenny Seu Kueng Low Wong trabajaron durante muchos años, como muchos padres cantoneses, en un restaurante de comida china en Caracas. Su hija nació en la capital venezolana en agosto de 1976 y cursó primaria en un colegio en la urbanización Los Dos Caminos y en el colegio Católico Madre Matilde. Su hermana menor, Mary, asegura que su familia no era cristiana pero que Jenny participaba activamente en las actividades impulsadas por las monjas.

“Era una gran estudiante”, subraya Mary, destreza que la llevó años más tarde a destacarse en los Estados Unidos.

A los doce años, la vida de Jenny cambió cuando una tía que vivía en Nueva York le ofreció la posibilidad de mudarse con ella a finales de 1988. Sus padres consintieron la idea y fue así como Jenny estudió secundaria en Brooklyn. Regresaba siempre a Venezuela durante las vacaciones de agosto y en navidades.

En el bachillerato, siempre resaltó entre las diez mejores estudiantes. Continuó sus estudios en la Universidad de Nueva York. Al principio, le gustaba la medicina, pero terminó cursando Administración de Negocios. Se graduó en 1998.

Luego de buscar empleo en diversas empresas, decidió por optar al cargo de asistente a la vicepresidencia de la aseguradora internacional Marsh & McLennan, la cual funcionaba en los pisos 93 al 100 de la Torre Norte del World Trade Center. Cuando le preguntaban cómo se sentía, siempre respondía en perfecto castellano-venezolano “chévere, chévere”. Así la recuerda su compañero en la firma, Jonathan Limmer.

Sus conocidos dicen que era una mujer muy sociable y arriesgada, que viajó mucho por los Estados Unidos, sobre todo a California, donde visitaba a unos familiares y degustaba de buenos vinos, uno de sus grandes placeres.

Dicen también que le gustaba probar cosas nuevas. Una de las más osadas fue saltar en paracaídas. Su hermana Mary cuenta que deseaba conocer Europa y volver a Venezuela, pues en los últimos cuatro años, antes de la tragedia, no había podido regresar a su país natal.

Aquel 11 de septiembre de 2001, Jenny se levantó como siempre a las cinco y media de la madrugada, hizo ejercicios en la calle Whitehall, situada a diez minutos de la torre norte, compró un enorme café (Jenny amaba el café) en Starbucks y antes de las ocho y media ya estaba en su oficina del piso 100.

A las 7:59 desde el Aeropuerto de Boston salía el vuelo número 11 de American Airlines hacia Los Ángeles con 81 pasajeros a bordo de un Boeing 767. Cinco pasajeros eran secuestradores de la red Al Qaeda y estaban liderados por el egipcio Mohamed Atta, quien iniciaría el ataque. Los terroristas habían logrado pasar navajas con las que a las 8:14 acuchillaron un pasajero y dos azafatas y sometieron a los pilotos. Volaron media hora hasta el bajo Manhatan de Nueva York.

A las 8:46 el vuelo 11 se estrellaba en la Torre Norte entre el piso 93 y el 99. Jenny trabajaba en el nivel 100 donde estaba la vicepresidencia. Esa oficina miraba a la fachada norte que recibió todo el impacto. Los 295 empleados de esa firma debieron morir al instante.

Unas 1.344 personas se encontraban en esos niveles y en los superiores. El choque fue tan certero que todas las escaleras quedaron bloqueadas, hecho que impidió el escape hacia abajo. De Jenny nunca se supo más. Las personas en los pisos superiores sucumbieron a los incendios o escaparon de las llamas lanzándose por las ventanas para escoger otra muerte más rápida. A las 10:28 esa torre colapsó.

En la Torre Sur

El nombre tan inglés de John Howard Boulton Jr. pertenece a una larga tradición británica que identifica a una acaudalada familia en Venezuela. La historia relata que los primeros Boulton conocieron bien a Simón Bolívar: en una de sus embarcaciones trajeron los restos de El Libertador desde Colombia.

También uno de ellos fue mecenas del pintor Armando Reverón.

Howard, como usualmente lo llamaban, nació en Caracas en noviembre de 1971 y emigró a los Estados Unidos para estudiar una carrera. Se especializó en Marketing en la Universidad de Pensilvania.

Aunque vivía desde muy joven en ese país, visitaba con frecuencia los hatos que tenía la familia en Cojedes, en los llanos venezolanos. Howard se sentía como otro llanero más, aseguran sus allegados. Le gustaba cazar patos carreteros en las sabanas de la hacienda. Su otra gran pasión eran las carreras de Fórmula 1.

A los 26 años se casó con la islandesa Vigdis Ragnarsson y con ella tuvo un hijo que para septiembre de 2001 tenía once meses.

Su hermano Alfred y su suegro cuentan que esa mañana se despertó como siempre a las cinco de la madrugada para atender y jugar con su bebé. Luego del desayuno, se despidió y fue a su trabajo en el piso 84 de la Torre Sur en Manhattan. Laboraba desde 1994 para la compañía financiera Euro Brokers International, donde se dedicaba a fomentar enlaces con la Argentina y el resto de Latinoamérica para esa compañía.

Cuando Howard estaba llegando a su piso, a eso de las ocho de la mañana, desde el aeropuerto de Boston despegaba el vuelo 175 de United. Era otro Boeing 767 el cual tenía solo media hora en el aire cuando fue secuestrado y desviado hacia Nueva York. Los pilotos y una de las azafatas habían sido acuchillados por cinco terroristas. El piloto suicida era Marwan al-Shehhi, y Fayez Banihammad y tres saudíes más figuraron como los responsables del atentado.

A las 8:58 el avión descendió desde los 9.300 metros donde volaba erráticamente. Por poco choca con otro avión de la aerolínea Delta. El Control de Trafico Aéreo de Nueva York seguía el vuelo y había notificado de probable secuestro ante el silencio de radio y el desvío. El mismo radar notó el descenso a cinco mil pies por minuto, muy empinado y rápido para un jet comercial. El bimotor con sus 65 pasajeros se estrellaba a las 9:03 entre el piso 77 y el 85 de la Torre Sur, estallando violentamente debido a sus tanques de combustibles repletos. Esto no sólo destrozó el avión sino que provocó la muerte de las 637 personas que estaban en los niveles donde impactó. Únicamente 18 lograron escapar de esos pisos.

Howard tendría como una hora de haberse habituado a sus rutinas del comienzo de labores cuando su vida terminó. A las 8:46 se escuchó un zumbido de turbinas y la explosión en la Torre Norte. Por precaución se inicio la evacuación.

El caraqueño tuvo tiempo de avisar a su esposa por teléfono y colgó. Él y sus colegas intentaron bajar y en el piso de cambio de ascensores se les indicó que estaban cayendo muchos escombros y que mejor retornaran a la oficina. El resto lo cuenta Sakae Takushima, quien logró bajar del edificio. Era la novia de Manish Patel, un colega oriundo de la India amigo de Howard Boulton. Manish acompañó los minutos finales de Howard mientras hablaba por celular con su novia.

Cuando salían de la oficina se escuchó el rugido del avión sobre ellos, el cual debió cubrirlos durante los segundos previos al estallido. La enorme colisión sacudió la torre e inmediatamente siguió la detonación y el fuego. Ya los elevadores no funcionaban. Trataron de escapar entre los restos de las paredes, escaleras y pisos destruidos que se incendiaban. No hallaron un paso seguro escaleras abajo. Retornaron entonces a la oficina que empezaba a quemarse. Cinco minutos antes del colapso, Manish le dijo a Sakae: “¡Vamos a morir!”.

Fue lo último que se le escuchó. A las 9:59, los 415 metros del edificio se derrumbaron.
Requiem

La comunidad china en Caracas siempre le dedica una ceremonia a Jenny para la que se visten de blanco, al contrario de la usanza occidental. Su hermana creó un portal en Internet como tributo a su hermana.

Unos días después de la tragedia, en la Iglesia Don Bosco de Altamira de Caracas la familia Boulton asistió a una misa para recordar a Howard.

En marzo de 2002 se halló entre los escombros de la Torre Sur un brazo que llevaba en el dedo anular un anillo de matrimonio con la inscripción de Vigdis Ragnarsson. Sin duda era el del difunto Howard. Los restos fueron cremados y las cenizas regresaron a la familia en Venezuela. Fueron llevadas a la finca donde tanto tiempo pasó el joven Howard y el día del primer aniversario de la tragedia fueron enterradas cerca de un mango recién sembrado. El árbol dio tres retoños: uno lo sembró su hermano Alfred en el jardín del edificio donde vive en Caracas.

La madre de Howard, Renata Szokolowski, tuvo la determinación de rescatar parte de las cenizas y algo de la tierra de las raíces del mango antes de perder las fincas debido a una expropiación gubernamental. Las colocó en una pequeña urna de cerámica que guardaron por más de ocho años. Hace unos meses, Alfred recuperó la urna y se trasladó a una playa de La Sabana en el litoral central. Allí esparció las cenizas de Howard al mar. Cada 11 de septiembre irá a esa orilla del océano.

En el informe final que entregó el Departamento de Salud estadounidense y la Policía de Nueva York al año siguiente de la tragedia, la cifra total de víctimas en el WTC se fijó en 2.819, de los cuales 247 eran latinoamericanos.

Además de las dos víctimas venezolanas, Jenny Seu Kueng Low Wong de veinticinco años y John Howard Boulton Jr. de veintinueve, se dijo que habrían tres probables fallecidos más nacidos en el país: una pareja y otra mujer. Pero fueron declarados como desaparecidos.

Las notas iniciales del consulado, fechadas en octubre de 2001, revelan que la pareja Hernández iba a la sede del Chase Manhattan Bank que estaba a una cuadra del World Trade Center. Ellos y Natalie de la Cruz fueron retirados de las listas de víctimas recientemente tanto de la embajada de los EEUU en Caracas como en las del Memorial en los Estados Unidos, al igual que otro centenar de probables visitantes o personas en estatus indefinido que casualmente estaban esa mañana del martes 11 de septiembre de 2001 en los predios de las torres gemelas.

POR: CLEMENTE BALLADARES.

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