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¡VIVIR COMO MENDIGOS! «La gente ha perdido la paciencia, una chispa puede encender la violencia»

“Mendigamos alimentos, mendigamos productos básicos, mendigamos medicinas, mendigamos pañales para nuestros hijos. En estos momentos mendigamos de todo”, declaró una venezolana a The Financial Times. “La inflación nos está devorando. Hemos llegado al fondo. Ya nada puede ir peor”. 

Otra mujer, una pensionada, declaró al periódico londinense que bajó diez kilos debido a la escasez de alimentos y a “las colas, las colas, las colas”, en los supermercados controlados por el gobierno. “Y no es solo comida, sino también medicinas”, dijo la mujer mientras hacía cola a las puertas de un comercio en Caracas. “Ahora, con la baja en los precios del petróleo, tengo que prepararme para lo que nos espera”.

GNB Guardia Nacional Bolivariana Colas para Comprar

El diario señaló que hasta una época relativamente reciente, las imágenes más ubicuas en Venezuela eran los carteles con la foto del fallecido presidente Hugo Chávez Frías, y los “mitines” gubernamentales. Ahora, la más persistente iconografía está representada por “filas de frustrados compradores”.

Y la situación, indican los expertos “empeorará” luego que la Organización de Países Exportadores de Petróleo resistió la campaña de Venezuela de cortar la producción de crudo a fin de acrecentar su precio. El diario recordó que el país es la nación más dependiente del mundo en materia de petróleo, pues de su venta obtiene el 96 por ciento de sus ingresos en materia de exportaciones.

Con cada dólar que baja el crudo, hay una merma de 700 millones de dólares anuales en ingresos a las arcas del estado. La consultoría Ecoanalítica calculó que la baja del producto desde junio, alrededor de un 30 por ciento en su cotización, reducirá los ingresos a 43.000 millones de dólares. Hace dos años, esos ingresos se estimaban en 77.000 millones de dólares.

En un país donde la inflación anual de un 63 por ciento ya causa estragos, y con una contracción del producto bruto interno estimada en un tres por ciento, es inevitable un fuerte incremento en la escasez de productos esenciales.

El único que sigue viviendo en el mejor de los mundos posibles sigue siendo el presidente Nicolás Maduro. Un optimista a ultranza, expresó hace poco en una de sus cadenas por radio y televisión, que la baja en los precios del crudo permitirá poner fin a los gastos suntuarios. Al mismo tiempo, aseguró que los programas sociales continuarán sin recorte alguno.

El diario indicó que según analistas, Maduro debe mantener esos programas sociales para conservar su base de apoyo, teniendo en cuenta las elecciones parlamentarias del 2015. En la actualidad, el índice de respaldo a su gestión es de un 25 por ciento. Es decir, de cada cuatro venezolanos, uno aprueba su desempeño. Hace algo más de un año, un 55 por ciento, más de la mitad de la población, creía que estaba haciendo bien las cosas.

Como parte de su campaña para diseminar mejor la escasez y evitar el acaparamiento, el régimen chavista ha introducido captahuellas en los supermercados. Al mismo tiempo, un ejército de 27.000 inspectores se encarga de revisar los precios de los productos y de obligar a los compradores a consumir estrictamente lo necesario. Nunca falta algún especulador que compra dos rollos de papel higiénico en vez de uno, como es la norma.

El periodista encargado de escribir la nota recordó una estrategia que funcionó muy bien previo a las elecciones municipales de diciembre del año pasado: obligar a los comerciantes a reducir de manera contundente el precio de artículos eléctricos. Esa táctica permitió al Partido Socialista Unido de Venezuela ampliar el respaldo a su gestión administrativa. La única incógnita es si la estrategia volverá a tener éxito en las próximas fiestas navideñas.

El gerente de una cadena de supermercados estatales de la capital venezolana dijo que “la gente ha perdido la paciencia. Una sola chispa puede encender la violencia”. El gerente pidió, obviamente, que no divulgaran su nombre.

MERCADOS PREOCUPADOS

En los primeros meses del 2014, y cuando los precios del crudo eran superiores a los 100 dólares por barril –en la actualidad están por debajo de los 70 dólares– estallaron protestas en Caracas y en otras ciudades del interior, que dejaron docenas de muertos, recordó The Financial Times.

Según Diego Moya Ocampos, analista de la consultoría de riesgos IHS, si los precios del crudo se mantienen como en la actualidad, o bajan, “Venezuela podría enfrentar riesgos crecientes de inestabilidad gubernamental, protestas y motines”.

A eso se suma la preocupación en los mercados financieros. El rendimiento de los bonos venezolanos para su vencimiento en el 2027, usados como cota de referencia, se catapultó a un 19,5 por ciento anual. Eso es como una bomba de tiempo. En los mercados financieros internacionales el precio promedio de los bonos, ya sea en Estados Unidos o en Europa occidental, muy difícilmente supera el 3,5 por ciento anual. A medida que sube el llamado “riesgo país”, mejor se cotizan los bonos. Muchos inversionistas apuestan a su adquisición, pues los réditos son sensacionales. Esto es, hasta que el gobierno emisor de esos bonos se declara en bancarrota.

Así ocurrió en la Argentina a comienzos de la década pasada, cuando los bonos empezaron a redituar enormes ganancias antes del default más grande de la historia. En esa ocasión, los bonos de la deuda argentina llegaron a pagar un 16 por ciento anual, 3,5 por ciento menos que los bonos de la deuda venezolana en estos últimos días del 2014.

El gobierno de Maduro ha prometido no ir al default. También el gobierno argentino prometió no ir al default antes de ir al default. Generalmente, los gobiernos que van al default no anuncian que van al default, por una razón muy sencilla, evitar un derrumbe mayor de la estantería. Además, muchos funcionarios que están en el secreto de la fecha del default, pueden beneficiarse de la información, y obtener enormes ganancias antes que panda el cúnico.

Entre tanto, el gobierno chavista sigue sumido en la parálisis. El último manotón de ahogado fue el envío a Beijing del ministro de Finanzas Rodolfo Marco Torres, a fin de conseguir préstamos adicionales. Los chinos han proporcionado a Venezuela 50.000 millones de dólares desde el 2006. Aunque en esa época Venezuela nadaba en divisas fuertes, el presidente Chávez requería dinero extra para ayudar a otros países en dificultades. Eso incluyó suministrar petróleo a comunidades necesitadas de Estados Unidos y al municipio de Londres, con el laudable propósito de evitar un alza en el precio de la gasolina que se traduciría en un aumento de los pasajes de autobús.

Pero, quita y no pon, se acaba el montón. El banco Barclays de Gran Bretaña, en un mensaje a sus inversionistas, expresó su escepticismo sobre la situación económica de Venezuela. “Las autoridades están comprando tiempo”, dijo Barclays, “pero no enfrentan una sola de las distorsiones… de su política económica”.

La parálisis no es buena consejera. Pero ¿qué otra cosa puede hacer Maduro? Ni cruzarse ni descruzarse de brazos ayudará en esta situación. Tampoco dar vueltas carnero. O poner a un émulo de Chávez a dar pasos de ballet. Nada ya funciona.

La inflación que es ahora del 63 por ciento podría llegar al 110 por ciento en el 2015, según los pronósticos de Ecoanalítica. Está bien, Maduro puede uniformar a todos los venezolanos, nombrar a una parte de ellos inspectores, a otros integrarlos en los colectivos armados, en la Guardia Nacional Bolivariana, y en todos esos cuerpos de autodefensa creados por la Revolución Bonita. Y pese a eso, seguirá la escasez, y el país continuará barranca abajo.

Los venezolanos han comenzado a mendigar de todo, dijo el diario. Las colas o la carestía no se desvanecerán como por arte de magia. Si alguien cree que en Venezuela se ha llegado al fondo y nada puede empeorar, que espere hasta el 2015. Así podrá descubrir que la anormalidad del pasado es la eterna normalidad del presente.

Por Mario Szichman / Nueva York / Especial para TalCual

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